UN POEMA PARA EL REY

“Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos a un rey” (Sal 44,2).

¿Qué noticia puede alegrar tanto el corazón como la de que nuestro Padre nos ama infinitamente? ¿Qué noticia puede ser más importante para los hombres que la Buena Nueva del Evangelio? ¿Qué noticia en la tierra puede hacer que el corazón rebose de gozo más que vivir en la verdad y estar en camino hacia la patria eterna?

No hay noticia más grande, más importante, más veraz… ¡Éste es el mensaje que recorre toda la tierra y llega hasta el fin del mundo (Sal 19,4)!

El autor de este salmo lo ha experimentado y todo su poema se convierte en una alabanza de la gloria de Dios, aunque aún no había conocido la venida del Hijo de Dios al mundo. El Espíritu del Señor se regocijaba en él y llenaba su corazón.

¿No es cierto que el conocimiento de Dios y de todo lo que Él hace debería llenar de permanente alegría y regocijo nuestro corazón? “Alegraos siempre en el Señor” –nos exhorta el Apóstol Pablo (Fil 4,4).

Y de esta alegría nace un poema bello, que es la maravillosa expresión del gozo y de la alabanza. El alma no se cansa de bendecir al Señor y busca todas las expresiones posibles para manifestar su alegría.

El poema más grande y bello que el alma puede recitar ante el Rey es su entrega confiada al Padre Celestial y la respuesta a su amor. Entonces ella se percata de que ha sido invitada al Banquete de Bodas del Rey y entiende que a ella personalmente le son dirigidas estas palabras:

“Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna:
prendado está el rey de tu belleza, póstrate ante él, que él es tu señor.”
(Sal 44,11-12)

Y su alegría será plena cuando haya llegado a la casa eterna del Padre, donde Jesús nos ha preparado las moradas (Jn 14,2). Entonces nuestra alegría ya no conocerá la menor sombra y nuestro corazón morará para siempre en Dios.