UN PEQUEÑO PASO

“¡Yo soy el mejor de los padres! ¡Conozco las debilidades de mis criaturas! ¡Venid, venid a mí con confianza y amor! Y si os arrepentís, yo os perdonaré” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Es así de sencillo… Así de sencillo es el amor de Dios que día a día se nos ofrece.

Fue Dios mismo quien cargó sobre sí nuestras culpas, clavándolas en la Cruz. Él llevó todos nuestros sufrimientos y pecados al Monte Calvario. ¿Y cuál es la parte que nos corresponde a nosotros? Nosotros podemos simplemente acudir a Él, con toda sencillez, y levantar los ojos hacia Él. Ya no tenemos que bajar avergonzados la mirada, escondiéndonos de Dios y de los hombres. El Señor nos hace entender que desde siempre ha estado esperándonos.

Tal vez nos resulte difícil imaginar que Dios sea así… Pero entonces aún no hemos entendido algo fundamental; a saber, que el amor de Dios es inconmensurable, que Él quiere perdonar y que busca todas las maneras posibles de hacerlo.

“¿Sería posible que (…) encontréis en mí un corazón tan duro e insensible como para dejaros perecer?” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Dios ya ha realizado la gran obra en nuestro favor. Ahora nos corresponde a nosotros permitir que se haga realidad en nuestro interior, para poder exclamar junto a la Virgen María: “El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es santo” (Lc 1,49).

Es sólo un pequeño paso que tenemos que dar; pero con consecuencias infinitamente grandes. Si nos sumergimos de forma tan sencilla en el amor de Dios, como Él nos invita a hacerlo, experimentaremos el milagro de su amor; un amor que jamás cesa ni se agota.

¡Que nadie diga que es demasiado indigno para recibir el amor de Dios! Toda persona, por más graves que sean sus culpas, puede acudir a nuestro Padre. ¡Es el amor de Dios el que lo llama!

Se trata simplemente de dar un pequeño paso, diciéndole con confianza y amor: “¡Padre, perdóname!”