“¡Abre el oído de tu corazón! Escuchemos con oídos despiertos” (San Benito).
Es un gran arte espiritual saber escuchar de verdad, escuchar atentamente, como recomienda San Benito a sus monjes. Conocemos bien el sinnúmero de voces, tanto de dentro como de fuera, que buscan nuestra atención día a día. El Cardenal Sarah incluso habla de que nos rodea una “dictadura del ruido”, queriendo imposibilitar el silencio, que nos ayuda a volvernos más fácilmente hacia nuestro Padre y a escucharle con atención.
¡Qué contraste con el consejo de San Benito, que nos exhorta a centrar nuestra atención interior en Dios! El corazón ha de inclinarse hacia aquella voz que es la única capaz de dar vida. Así, ha de despertar al amor, agudizar su oído interior para que siempre busque oír la voz del Padre.
“Muy temprano [el Señor] despierta mi oído para escuchar como un discípulo. El Señor me ha ha abierto el oído, y no me resistí ni me hice atrás” (Is 50,4b-5).
Resulta evidente que esto sólo es posible por el amor, puesto que el amor nos despierta como un beso en lo más íntimo de nuestro ser y nos orienta hacia el Señor. Entonces pierden importancia esas numerosas voces a nuestro alrededor. Las voces interiores siguen perturbándonos con frecuencia, pero se debilita su capacidad de distraernos. Nuestro espíritu ha despertado; la somnolencia y la pereza empiezan a ceder…
Pero esto no es solamente obra del Señor; sino que nosotros estamos llamados a cooperar, reservando el tiempo para estar a solas con Él y teniendo cuidado de no malgastarlo en cosas sin importancia. Si queremos que nuestros oídos se despierten, nada debemos anteponer al Señor.