«Oh Señor, no sacas ningún provecho de habitar entre nosotros, pero nos amas tanto que dices que es tu deleite estar en medio de nosotros» (San Buenaventura).
El amor de nuestro Padre nos sobrecoge una y otra vez y siempre encuentra nuevas maneras de manifestársenos. Siempre y cuando nuestro corazón no esté totalmente embotado y demasiado absorto por el ajetreo de este mundo, lo reconoceremos cada vez que nos tomemos el tiempo de escuchar en el Corazón de Dios. Tal vez se nos comunica muy suavemente, tal como suele obrar el Espíritu Santo en nosotros, pero se imprime tan profundamente en nuestra alma que nunca deberíamos olvidarlo y siempre deberíamos tenerlo presente.
Este sobrecogimiento no siempre se experimenta en el plano de los sentimientos, sino en la constatación de cuán lejos llega el amor de Dios con tal de estar con nosotros. San Buenaventura se maravilla de este afecto, sabiendo bien que Dios es perfecto y no tiene necesidad de nuestro amor. Pero precisamente en esto se muestra el amor desinteresado del Padre, que se complace en habitar entre nosotros sin sacar ningún provecho para sí mismo, solo deseoso de que nosotros acojamos su amor para nuestra salvación.
Cuando esto sucede y nuestro corazón se calienta bajo el sol de su amor, entablamos el diálogo interior con nuestro Padre y nos acercamos a Él con sencillez. Tal vez broten entonces de nuestro corazón palabras llenas de gratitud, semejantes a las que expresó el mismo san Buenaventura: «Quiero acercarme a ti en lo secreto de mi corazón y decirte: “Sé que tú me amas más de lo que yo me amo a mí mismo”».