UN CORAZÓN TRANSFORMADO

 

“Hace falta que tengáis un corazón transformado, totalmente enfocado en Dios; un corazón vigilante, atento y lleno de amor. Sólo entonces podréis entender los planes de Dios y trabajar por la paz” (Palabra interior).

Nuestro Padre, que es la fuente de la verdadera unidad y paz entre los hombres, nos invita a cooperar en los planes de la salvación. Él nos concede un corazón nuevo, del cual han de manar, bajo el influjo de la gracia, torrentes de agua viva para el mundo (cf. Jn 7,38).

En este corazón transformado por el Señor y por nuestra cooperación con la gracia, podrán crecer los frutos del Espíritu: “Los frutos del Espíritu son amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí” (Gal 5,22-23).

Son éstos los que hacen que nuestro corazón se asemeje al Corazón del Padre, haciéndonos portadores de su amor a los hombres. A través de estos frutos, Dios nos revela su ser más íntimo. Más aún: Podemos nosotros adoptar su forma de ser y de actuar. En otras palabras, su Corazón actúa ahora en cooperación con nuestro corazón transformado, convirtiéndonos en “luz del mundo” (Mt 5,14).

El misterio de un corazón lleno de Dios resplandece de forma especial en la Virgen María. Es por eso que la Iglesia nos invita a venerar –además del Sagrado Corazón de nuestro Redentor– también el Inmaculado Corazón de María. En Ella confluyen la gracia de la inocencia originaria con la gracia redentora que vino al mundo a través de su Hijo. Así, nuestro amado Padre pudo encontrar entre los hombres un vaso puro para contener su gracia: un corazón puramente humano, que respondió indivisamente al amor de Dios.

De este modo, el Corazón de María es un sitio en el cual el Padre pudo glorificarse eminentemente. Siendo nuestra Madre, Ella nos ofrece su Corazón lleno de Dios, para que, con su ayuda, podamos comprender y vivir aún más profundamente el amor de Dios.

Un corazón transformado por Dios se convierte en bendición para toda la humanidad y fomenta la paz.