UN CORAZÓN ENSANCHADO

 

“Tu corazón debe ensancharse, porque un amantísimo Dios habita en él” (Palabra interior).

A menudo nuestros corazones son tan pequeños y estrechos, aparte de que aún subsisten en ellos tantas cosas que necesitan ser purificadas por el amor de Dios. Esta es la eminente obra del Espíritu Santo, que nos ha sido enviado por el Padre y el Hijo.

Sabemos que Dios, siendo infinito, puede hacerse tan pequeño para atraer a los hombres hacia sí. Por eso puede entrar en nuestro corazón, por estrecho que sea, siempre y cuando no le cerremos las puertas. Pero, una vez que Él se instale allí, el corazón no podrá permanecer en su estrechez, pues el Padre mismo lo ensanchará. Es preciso dilatarlo y abrirlo de par en par, pues el amor de Dios no puede quedarse encerrado en un corazón estrecho. ¡No! Él quiere amar, amar, amar…

Con cautela, pero con determinación, nuestro Señor nos lleva consigo en este camino del amor. A veces podemos avanzar rápidamente y el amor empieza a arder en nosotros, de manera que creemos poderlo hacer todo encendidos por este fuego. Ciertamente, si el amor arde con fuerza todo nos resulta más fácil y nos sentimos sostenidos por él.

Pero luego llegan días que nos resultan difíciles y tenemos la impresión de que no podemos amar en absoluto. Sin embargo, precisamente tales días son una gran oportunidad de crecer en el amor. A pesar del vacío interior que podamos sentir, debemos simplemente hacer lo que nos corresponde hacer y ofrecérselo a nuestro Padre, dejando que sea Él quien ensanche nuestro corazón en medio de la oscuridad de nuestros sentimientos.

No cabe duda de que el amantísimo Dios que habita en nuestro corazón quiere amar a través nuestro a las otras personas. Así, le agradará que intentemos poner en práctica lo que enseñan las Escrituras en relación con el trato del prójimo. ¡También los pasos pequeños van ensanchando el corazón!

Demos gracias al Señor por entrar en nuestro corazón y por dilatarlo, para que Él se sienta completamente en casa allí.