“Nada es imposible para mí, y cuando encuentro un corazón abierto, quiero entregarle todo” (Palabra interior).
Para nuestro Padre es un gran tesoro encontrar un corazón abierto. A éste puede concederle todo, sin retener nada de lo que ha dispuesto para él en su amor. Un corazón abierto es una gran alegría para Él.
Ciertamente lo hemos experimentado también a nivel humano, cuando nos encontramos con alguien que tiene el corazón abierto hacia nosotros. ¡Qué fácil resulta establecer una comunión fructífera con una persona tal!
Esto cuenta aún más para nuestro Padre, que conoce nuestro corazón en toda su profundidad. Por ello, se torna aún más importante que oremos implorándole un corazón nuevo, aunque fuese sólo para darle a nuestro Padre la alegría de habitar en un corazón puro.
“Oh Dios, crea en mí un corazón puro; renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal 50,12).
Es lo más hermoso que podemos ofrecerle a nuestro Padre Celestial. Probablemente nos llevará un tiempo hasta que asimilemos todo lo que Dios nos concede, pero Él es paciente con nosotros.
Día a día su Espíritu ensanchará más al corazón que encuentre abierto. Cada vez que suframos bajo la estrechez de nuestro corazón, podemos pedirle al Señor con el salmista: “Tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración” (Sal 4,2).
Un corazón abierto es también una alegría para las otras personas, porque es un corazón lleno de amor, impregnado por el calor espiritual de Dios, que se convierte en un deleite para el prójimo.
¿Por qué no le entregamos conscientemente nuestro corazón al Padre Celestial, ofreciéndoselo una y otra vez, para que se convierta en un corazón abierto en el cual Él pueda derramar todo su amor?