UN CONSUELO PARA DIOS

“Quisiera (…) que puedas dedicar media hora al día para consolarme y amarme” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio). 

La Madre Eugenia, a quien nuestro Padre Celestial dirigió estas palabras, aclara que este deseo del Padre se extiende a todos sus hijos. En efecto, es un gran consuelo para Él que sus hijos se dirijan confiadamente a Él y le dediquen tiempo. El amor necesita este espacio donde se trata de la otra persona, del “tú”; en este caso, de Dios mismo. Recordemos que, conforme al testimonio de los Evangelios, Jesús se retiraba antes del amanecer para estar a solas con su Padre (Mc 1,35). Estos momentos son de inestimable valor: el diálogo íntimo con el Padre, la permanencia con Él.

Sin embargo, no sólo para nosotros es una gran dicha, sino que también lo es para nuestro Padre Celestial. Es éste su gran deseo, para poder concedernos todo su amor, deleitarse en nuestra reciprocidad y ser consolado por ella. Sabemos bien que muchas veces el Señor se encuentra ante corazones cerrados. Él pide que se le deje entrar, pero no pocas veces es rechazado o ignorado. Entonces, ¡cuán reconfortante será para Él que sus hijos se tomen el tiempo para estar junto a Él y amarlo!

El contexto en el que el Padre pronuncia estas palabras nos hace notar otro punto esencial. Nos dice que, a través de estos momentos de intimidad con Él, quiere “lograr que los corazones de los hombres, mis hijos, estén bien dispuestos a trabajar en la difusión de este culto.”

Si cumplimos este deseo de nuestro Padre, dedicándole un tiempo especial a Él (ciertamente en la medida de las posibilidades de cada uno), crecerá en nosotros el fervor por servir en esta Obra de amor y por difundirla. Y es que el encuentro interior con el Corazón del Padre inflama nuestro amor para ponernos al servicio de esta Obra que le es tan importante. En otras palabras, crecerá nuestro celo apostólico, el celo por aquel mensaje que es tan crucial para todos los hombres: Son hijos amados del Padre, llamados a recorrer sus caminos para poder recibir el amor de Dios y corresponder a él.