UN AMOR QUE PERDONA

“Padre, perdónales, pues no saben lo que hacen” (Lc 23,34).

En estas pocas palabras, resplandece de forma incomparable el amor de Dios. En medio de su sufrimiento, Jesús eleva la mirada hacia su Padre y pronuncia esta oración por la salvación de la humanidad. Sabe que Él le escuchará y aceptará el sacrificio que está a punto de consumar. Jesús sabe que la mirada de su Padre se posa sobre Él con infinita complacencia. ¿Dónde hay un hijo que cumpla tan perfectamente la voluntad de su Padre? ¿Dónde hay un hijo que, en su hora más difícil, interceda por toda la humanidad para consumar así la obra de su Padre?

¡Qué profunda unidad se percibe en esta santa plegaria entre el Padre Celestial y su Hijo! Es un amor que no quiere que la humanidad se condene. Es un amor que conoce el sufrimiento indecible de ser rechazado por aquellos a quienes creó con este mismo amor. Es un amor que nunca se rinde y es el camino hacia la verdadera vida para todos los hombres. Es un amor cimentado en la verdad y él mismo es la verdad más profunda.

Nuestro Padre Celestial quiso que su Hijo divino pronunciara estas palabras para ofrecer a través de él la salvación a todos los hombres y cumplir así su deseo más profundo: buscar lo que estaba perdido (Lc 19, 10) y llevar de regreso a casa lo que estaba extraviado.

Ahora depende de la humanidad si corresponde a este amor, se deja salvar por él y camina así por la verdadera senda de la paz: paz con Dios, paz con el prójimo y paz con uno mismo.