“¿Quién nos ama más que el Padre Celestial? ¡Nadie!” (Palabra interior).
Nosotros, los hombres, dependemos fundamentalmente del amor. Fue él quien nos llamó a la existencia, es nuestra vida y nos perfecciona. Por eso siempre estamos en busca del amor. Una vida sin amor es difícil, casi insoportable y acaba marchitándose.
Aunque en nuestro hogar o en las personas que nos rodean no hayamos tenido la dicha de encontrar ese amor que nos transmitiera el «sí» fundamental, la aceptación incondicional de nuestra existencia que nos sostuviera, no debemos caer en desesperación ni considerar nuestra vida como carente de sentido o no deseada.
Fue nuestro Padre Celestial quien pronunció el gran «sí» sobre nuestras vidas y no lo retira jamás. Su invitación a volver a casa siempre permanece en pie, aun cuando hemos caído en el pecado y la confusión. Nuestro Padre siempre está en busca de nosotros y no se echa atrás. Día a día nos asegura su amor e intenta hacérnoslo ver.
Sin embargo, la frase de hoy no solo se aplica a quienes han recibido poco o ningún amor a nivel humano. También va dirigida a aquellos que están sedientos del gran amor, pero lo buscan en otras personas. No pocas veces sufrirán decepciones, porque ni siquiera en la mejor persona encontrarán lo que solo Dios puede darles.
Por eso es bueno asimilar e interiorizar profundamente estas palabras: Nadie puede amarnos más que nuestro Padre Celestial. Por tanto, es lógico que busquemos solo en Dios ese amor que es perfecto y permanece para siempre. Tal y como dijo Jesús:
“Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed” (Jn 6,35).
Una vez que lo hayamos comprendido y asimilado a fondo, ya no esperaremos de otras personas lo que solo Dios nos puede dar.