“TUS OJOS GUARDARÁN MIS CAMINOS”

«Hijo, dame tu corazón, y tus ojos guarden mis caminos» (Antífona de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús).

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8), nos dice el Señor en el Sermón de la Montaña. Esta promesa se corresponde con la antífona que hemos escuchado hoy. Cuando entregamos nuestro corazón a nuestro Padre Celestial, se abren los ojos de nuestra alma y empezamos a ver todo lo que nos rodea —incluso a Dios mismo— bajo su luz. «Porque en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz» (Sal 35, 10).

En cuanto entregamos nuestro corazón al Señor, el Espíritu Santo puede actuar con poder en nosotros y penetrar con su luz nuestras almas. Así, disipa la ceguera que nos impide descubrir a Dios en todas las cosas y desgarra la noche oscura de la ignorancia que nos oculta la verdadera clave de la vida. El Espíritu Santo empieza a iluminar nuestro corazón con su presencia y quiere que unamos nuestras voces a la alabanza de la gloria de Dios, reconociendo cada vez más su bondad y sabiduría.

Nuestros ojos interiores se enfocan en los caminos de Dios. El corazón anhela saber qué es lo que quiere su amado Señor y cumplir prontamente sus deseos. Dios lo atrae hacia sí, de manera que se libera cada vez más de su egocentrismo y todo lo rígido en él se va doblegando.

El amor divino ensancha el corazón y hace crecer en él el profundo anhelo de entregarse por completo al Señor, sin reservar nada para sí mismo. El corazón empieza a sufrir por ser todavía tan limitado, por no amar tanto como quisiera y por no estar tan atento al Amado como debiera.

Pero este sufrimiento purifica profundamente el corazón y hace que sus ojos interiores se enfoquen más en los caminos del Señor, intentando cumplir todo lo que la sabiduría de Dios ha dispuesto para él, día tras día, hora tras hora…