“TU PALABRA ES EN EXTREMO PURA”

“Tu palabra es en extremo pura, tu siervo la ama” (Sal 119,140).

Cada palabra que nuestro Padre pronuncia, brota de su amor por nosotros, los hombres. Viéndolas desde esta perspectiva, las Sagradas Escrituras son una “carta de amor” de Dios a nosotros. Esto cuenta aun si encontramos en ellas ciertas cosas que nos resultan difíciles de asimilar.

Pero, ¿acaso la historia de Dios con nosotros no incluye también todo aquello que cayó en desorden a causa de los ángeles caídos y de los pecados de los hombres? ¿No es su amor el que quiere hacérnoslo ver? ¿No es una muestra de su profunda responsabilidad paternal el hecho de que él nos presente la historia de la salvación en toda su realidad, señalándonos una y otra vez el camino recto y llamándonos a seguirlo?

La palabra pura de nuestro Padre, que el salmista alaba y ama, nos transmite claridad y amor, llena el corazón, disipa la niebla de nuestro pensamiento y nos presenta el rostro de Dios.

El evangelista San Juan nos lleva aún más allá, alabando el misterio que el salmista no conocía todavía: “Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14).

¿Podría haber un amor más grande que éste?

Aunque el salmista no conocía aún a Jesús, lo encuentra oculto en la Palabra de Dios. Esta palabra purifica su corazón e inflama su amor. Despierta su oído cada mañana (cf. Is 50,4b), invitándole a acoger la sabiduría que ya lo espera “sentada a su puerta” (Sab 6,14). No hay falsedad alguna en la palabra de nuestro Señor, y en ello se distingue de las abundantes palabras humanas.

Nosotros hemos recibido la gracia de encontrarnos con la Palabra hecha carne. Con cuánta más razón podemos decirle a nuestro Padre: “Amamos a Aquél que no sólo nos habla de ti, sino en quien Tú mismo vienes a nuestro encuentro.”