“TÚ ERES MÍO”

“En mi amor, he tomado posesión de ti. ¡Tú eres mío!” (Palabra interior).

¡Así de profundo llega el amor de nuestro Padre por nosotros! A su amor no le basta con colmarnos de bendiciones y hacernos saber de todas las maneras posibles cuánto cuida de nosotros y nos protege. No, su amor va mucho más allá. Nuestro Padre quiere unirse a nosotros para siempre y establecer su morada en nuestro interior. Los místicos han descrito esta unificación con Dios en términos sublimes, y a veces ni siquiera encontraban palabras por lo embriagados que estaban de su amor.

Si incluso en el plano humano los enamorados suelen buscar las expresiones más bellas para describir el amor que ha despertado en ellos y los conmueve, ¡cuánto más sucederá esto con el alma que se encuentre con el amor de su Padre y Creador, que es también su Esposo! Puede llegar a estar como «fuera de sí».

Pero la dicha no solo está del lado del alma que ha encontrado este amor, sino que nuestro Padre mismo se regocija sobremanera cuando una persona acoge de buen grado su amor y Él puede tomar posesión de ella en este amor.

Entonces habrá hallado en la tierra a alguien de quien fiarse y a quien confiarle su amor. Como hizo con la Madre Eugenia Ravasio, hablará entonces a esta alma de sus deseos y la involucrará más profundamente en su plan de salvación.

Ella le pertenece. Y esta pertenencia a Dios es la mayor libertad que podemos alcanzar aquí en la tierra. Para nuestro Padre, es un gozo paradisíaco, como expresa en el Mensaje a sor Eugenia: “Mi cielo está en la tierra con todos vosotros, oh hombres. Sí, es (…) en vuestras almas donde busco mi felicidad y mi alegría.”

Es esta seguridad del amor la que hace exclamar al Apóstol de los Gentiles:

“¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, o la persecución, o el hambre, o la desnudez, o el peligro, o la espada? (…) En todas estas cosas vencemos con creces gracias a aquel que nos amó” (Rom 8,35.37).