TODOS SON LLAMADOS

“Si yo no sería la esperanza de la humanidad, el hombre estaría perdido. Pero es necesario que sea conocido como tal, para que la paz, la confianza y el amor entren en el corazón de los hombres y surja así una relación viva con su Padre, el Dios del cielo y de la tierra” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

A nivel objetivo, nuestro Padre es la esperanza de la humanidad, así como es su Juez, Redentor y Salvador. Habiendo recibido el don de la fe, uno se vuelve cada vez más consciente de esta realidad, y ésta empieza a marcar todo nuestro pensar y actuar. Entonces, surge esa relación de la que el Padre habla; una relación que ha de ser confiada, natural y tierna; una relación que será nuestra gran dicha aquí en la tierra y nuestra felicidad eterna en la otra vida. También para nuestro Padre es una fuente de gran alegría.

Pero es necesario que todos los hombres lo asimilen e interioricen; de lo contrario, seguirá siendo la gloriosa realidad a nivel objetivo, pero mientras la persona no la descubra, no encontrará respuesta a sus preguntas existenciales ni cobrará vida aquella relación que es fundamental para ella; aquella relación que debería reflejarse en la relación de padre a hijo; aquella relación que representa su verdadera felicidad y que lo será para siempre.

Pero, ¿cómo se puede transmitir esto a los hombres? Ciertamente no podemos forzarlo, por más que queramos que lo entiendan, porque, a fin de cuentas, es una cuestión de amor, y el amor no tolera ninguna coacción. El ejemplo de Santa Mónica nos muestra cómo sus incesantes súplicas, sus lágrimas y sacrificios contribuyeron a la conversión de su hijo, para que éste se dejara encontrar por el amor de Dios.

La preocupación de nuestro Padre por la humanidad concierne a cada persona en particular. Nosotros estamos llamados a tener parte en este anhelo y preocupación de Dios por salvar a los suyos.

¿Qué podemos hacer? Que cada uno le dirija esta pregunta al Espíritu Santo. ¡Nuestro Amigo divino no tardará en responder!