TODOS LOS PUEBLOS VIENEN A ADORARTE

“Todos los pueblos vienen a adorarte y rinden gloria a tu Nombre, porque Tú eres el Dios santo, vivo, veraz y bondadoso”(Himno de Alabanza a la Santísima Trinidad).

Así debería ser y así será, una vez que las tinieblas hayan sido separadas de la luz y nuestro Padre haya restablecido definivitamente el orden del amor en el caos surgido a consecuencia del pecado.

Todos los días rezamos: “Venga a nosotros tu Reino; hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo”. En el Reino de los cielos, la separación de los espíritus ya tuvo lugar: “Fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua, llamado Diablo y Satanás, que seduce a todo el universo. Fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él” (Ap 12,9).

También en la tierra tendrá lugar una separación de los espíritus, y cada persona tendrá que elegir entre adorar y rendir gloria a nuestro Padre Celestial, el Dios santo, fuerte y vivo; o dejarse seducir hasta despreciarlo o incluso rechazarlo.

Al adorar a Dios y seguir a Cristo, los fieles ya han tomado esta decisión y en sus corazones se ha establecido el reinado del amor de Dios. Sin embargo, la glorificación y alabanza de Dios no es sólo para unas pocas personas; sino que todos los pueblos de la tierra han de honrarlo, para que el Padre pueda conceder su paz y se establezca el verdadero orden, así en la tierra como en el cielo.

Para que esto suceda, es necesario que el Evangelio sea auténticamente anunciado, para que, junto con Jesús, los hombres eleven la mirada al Padre. Esta es la primera tarea de la Iglesia: “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado” (Mt 28,19-20a).

Si así sucede, nuestro Padre será honrado.