Hch 8,1b-8
Aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén. Todos se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría, a excepción de los apóstoles. Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia: entraba por las casas, se llevaba por la fuerza a hombres y mujeres, y los metía en la cárcel. Los que se habían dispersado fueron por todas partes anunciando la Buena Nueva de la palabra.
Felipe bajó a una ciudad de Samaría y se puso a predicarles a Cristo. La gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque ellos oían y veían los signos que realizaba. Y es que de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados. Hubo una gran alegría en aquella ciudad.
Las persecuciones existieron desde un principio, siguen existiendo y seguirán llegando…
Lamentablemente tenemos que contar con ellas, aun si existen tiempos de calma. Sean luchas interiores o exteriores, el combate siempre está ahí: La luz vino a las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron (cf. Jn 1,5.11). Hasta que el Señor vuelva al Final de los Tiempos, durará el combate. Mientras tanto, los cristianos no sólo debemos resistir en nuestro interior a las tentaciones que proceden del mundo, del demonio y de la carne; sino que también hemos de contar con que puedan sobrevenir amenazas contra nuestra vida, nuestro honor, etc.
Este hecho nos puede ayudar a que profundicemos cada vez más nuestra fe y a que estemos conscientes de que nunca podemos vivir en este mundo en una cómoda seguridad.
En el relato de hoy, escuchamos de una fuerte persecución contra la iglesia en Jerusalén y de los estragos que causaba Saulo de Tarso, el posterior Apóstol Pablo, después de la lapidación de Esteban. Los cristianos se dispersaron…
Pero hay dos puntos importantes que sucedieron en esta persecución, dos momentos que hemos de guardar para constatar cómo Dios lo integra todo en su plan de salvación.
El primer punto es que aquellos que se habían dispersado, anunciaban el evangelio adonde iban. Dios persigue sus metas, de manera que la Buena Nueva llegó a Samaría y a Judea, y las personas recibieron el mensaje del amor de Dios manifestado en Jesucristo. Y es que el Señor, que en su sabiduría lo ve todo, sabe incluir todo en Sus planes. Sea lo que sea que pretenda hacer el Diablo y aquellas personas incitadas por él, a fin de cuentas su proyecto no resultará como él lo pensó, aunque claro que trae sufrimiento para los fieles.
Ésta es una importante lección para nosotros, para que no nos dejemos enturbiar por la aparente omnipotencia del mal y por cualquier forma de desaliento que quiera entrar en nuestra alma en vista de las circunstancias. Más bien, podemos dar un paso de fe y decir: “Si vienen tales combates y persecuciones, por dolorosas que sean, será que Dios va a obrar algo grande”.
Este paso es importante y corresponde a la realidad de nuestra fe. Con este acto, le cerramos las puertas a los poderes de la oscuridad, de manera que no pueden ejercer influencia concreta en nuestra alma. Entonces, no veamos las situaciones únicamente desde la perspectiva de los males que traen, aunque tampoco podemos tomarlo a la ligera. ¡Pongamos nuestra confianza en Dios, quien es el Señor en cada situación, por más que parezca no tener salida!
El segundo punto de lo que sucedió a partir de la persecución, es que Felipe, revestido con especial autoridad, empieza a ganar a las personas para Cristo, y los demonios tienen que apartarse. Suceden curaciones y hay una gran alegría en aquella ciudad de Samaría.
Recordemos que Jesús, durante su vida terrenal, había estado en Samaría, y fue allí donde expulsó la legión de demonios del poseso, permitiéndoles que poseyeran a los cerdos y se precipitaran todos en el mar. En ese entonces, los samaritanos se llenaron de temor y le pidieron a Jesús que se alejara (cf. Mc 5,1-20). Ahora, los samaritanos acogen al Señor en su apóstol, y escuchan con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe.
Allí donde se expande mucha oscuridad, Dios envía una gran luz. En este sentido, podemos alegrarnos desde ya por la conversión de Saulo de Tarso, que sucederá pronto. El perseguidor se convierte en mensajero, la persecución termina sirviendo a la evangelización, los planes del mal son integrados en el sabio obrar de Dios.