TODO ESTÁ SUJETO A LA GUÍA DE DIOS

“¡Ten confianza y serenidad! Nada sucede sin mi voluntad, e incluso aquello que permito que suceda está sujeto a mi guía” (Palabra interior).

Si queremos profundizar nuestra relación con el Padre Celestial y, por tanto, crecer en nuestra vida espiritual, también tenemos que aprender a integrar debidamente las dificultades y los obstáculos que se presentan en nuestro camino de seguimiento de Cristo.

Nos resulta fácil comprender la guía directa de Dios, acogerla con amor y seguir así sus caminos con confianza y serenidad. La sabiduría de Dios, que nos conoce hasta lo más profundo, sabe qué ha previsto para quién, y guía a cada uno según el plan que le tiene trazado.

Pero nos resulta más difícil mantener la confianza y la serenidad frente a aquellas cosas y circunstancias que Dios permite. Las adversidades y cruces de todo tipo, los combates espirituales, los rechazos por causa del Señor, entre muchas otras tribulaciones, no nos son tan fáciles de superar y no proporcionan por sí mismas serenidad y confianza. De alguna manera, todos estos sufrimientos son ajenos a la vida tal como Dios la dispuso originariamente y tal como será en la eternidad, junto a Él.

Por ello, es necesario hacer un acto especial de confianza, para arrebatar a las tribulaciones de su dinámica negativa y reconocer también en ellas la guía amorosa de Dios. Obtendremos la gracia para ello si nos volvemos con fe al Señor y nos aferramos a su Palabra, que las Sagradas Escrituras nos proporcionan en abundancia. En efecto, la Biblia nos exhorta una y otra vez a perseverar en las tribulaciones, particularmente en aquellas que nos sobrevienen por causa del Señor. Jesús incluso nos dice que nos alegremos y regocijemos cuando suframos persecución por su causa, porque nuestra recompensa será grande en el cielo (Mt 5,12).

La clave para recibir consuelo y no perder la confianza frente a las permisiones de Dios es fijar la mirada en Él y acrecentar nuestra confianza interior y la certeza de que el Señor se valdrá de todas las cosas para el bien de los que le aman (cf. Rom 8,28). ¡En esta certeza podemos apoyarnos!