Tiene que llegar uno más fuerte

Lc 11,14-26

En aquel tiempo, estaba Jesús expulsando un demonio que era mudo, y apenas salió el demonio, rompió a hablar el mudo. La gente quedó admirada, aunque algunos de ellos comentaban: “Éste expulsa los demonios por Beelzebul, Príncipe de los demonios.” Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Pero él, adivinando sus intenciones, les dijo: “Todo reino dividido contra sí mismo quedará asolado, y una casa se desplomará sobre la otra. Entonces, si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino?… porque decís que yo expulso los demonios por Beelzebul.

Si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si yo expulso los demonios por el dedo de Dios, señal de que ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo; pero, al no encontrarlo, piensa: ‘Me volveré a mi casa, de donde salí.’ Pero resulta que, al llegar, la encuentra barrida y en orden. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí, y el final de aquel hombre viene a ser peor que el principio.”

Jesús no nos deja en incertidumbre respecto a la existencia de los poderes de las tinieblas. Es errónea y engañosa cualquier pretensión de reducir esta realidad oscura a un mero símbolo que representaría el mal. Los ángeles caídos, a los que llamamos demonios, realmente existen y pueden tomar posesión de las personas o ejercer una fuerte influencia sobre ellas. No siempre se muestran tan evidentes como en el relato del evangelio de hoy o en otros pasajes, donde la expulsión de los demonios va de la mano con signos concretos, tales como fuertes alaridos (cf. Mc 1,23-25)…

A menudo la influencia de los demonios es mucho más sutil. Su meta es siempre alejar a la persona de Dios y hacer que se enrede en el pecado. Todos los esfuerzos que realizan estos poderes hostiles a Dios tienen este objetivo: quieren incluir al hombre en su propia rebelión contra el Señor.

En su ceguera, los demonios son incapaces de amar a Dios e intentan destruir todo aquello que porta su imagen. Puesto que es Él quien llamó todo a la existencia, el odio de los ángeles caídos se dirige contra todo lo creado, porque el testimonio de Dios está inscrito en toda la Creación, si tan sólo se tiene ojos para ver.

El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y es, por tanto, un eminente testigo suyo. Cada alma refleja la gloria de Dios, y algunos místicos hablan del deleite del Señor al contemplar esta alma que Él mismo ha creado. Quizá podamos entenderlo un poco cuando vemos a un niño pequeño, cuya sola presencia nos causa alegría, aunque no sea nuestro propio hijo.

Entonces, estando conscientes de esta realidad oscura que actúa en el mundo –pero que no es, de ninguna manera, omnipotente–, podremos entender mejor las cosas que suceden… La violencia contra los niños no nacidos; la ideología de género que atenta contra el orden sagrado de la creación del varón y de la mujer; tantas formas de injusticia; la mentalidad anticristiana que se está propagando… Todo esto, entre muchas otras cosas, no son simples errores humanos; sino que es enemistad contra Dios, sembrada por fuerzas demoníacas, que se valen de las malas inclinaciones de los hombres para arrastrarlos a cooperar con ellos, aunque a menudo las personas no lo hagan conscientemente.

Pero el texto evangélico de hoy también señala la solución: ¡Uno más fuerte tiene que venir! ¡Y el más fuerte es el Señor mismo! Él le arrebata su presa al Diablo y los poderes de la oscuridad quedan atados por su Palabra.

Si le entregamos conscientemente al Señor las riendas de nuestra vida, y permanecemos en su guía, entonces todos los campos de nuestro ser quedarán impregnados por Él. El Espíritu Santo hará a un lado todo aquello que aún pueda ser consecuencia de un dominio oscuro en nosotros. Él también nos ayudará a vencer nuestras inclinaciones desordenadas, efecto del pecado original, para que los demonios no encuentren algo en nosotros de lo que pudiesen aprovecharse a su favor.

Si, con la ayuda del Señor, nos enrolamos conscientemente en el combate y ofrecemos resistencia a los poderes de la oscuridad donde sea que los percibamos, entonces la luz de Dios se difundirá. Y esto no contará únicamente para el ámbito personal, ya que esta batalla no nos incumbe sólo a nosotros. Con nuestra oración podemos alcanzar grandes cosas, y no sólo defendernos de los poderes de las tinieblas. ¡El Nombre de Nuestro Señor es terror para las potestades demoníacas! Cuando lo invocamos, ellas se ven confrontadas a Aquel que es más fuerte, y así quedan debilitadas.

En este contexto, os recomiendo escuchar mi conferencia sobre “El Combate Espiritual”:

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