TE PROTEJO COMO A LA NIÑA DE MIS OJOS

“No temas, hijo mío: Yo te protejo como a la niña de mis ojos” (Palabra interior).

Sin duda son muchos los peligros que amenazan al hombre en esta vida, tanto desde dentro como desde fuera. En realidad, en ningún sitio está realmente a salvo, por mucho que se esfuerce en adquirir todo tipo de seguridades. Tampoco un optimismo meramente humano es capaz de afrontar la incertidumbre de esta vida terrenal. En todas partes pueden sobrevenirle circunstancias con las que no había contado y para las cuales no está preparado. Por eso Jesús nos dice en el Evangelio: “En el mundo tendréis sufrimientos”, y luego añade: “Pero confiad: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

Las palabras de la reflexión de hoy quieren darnos a entender que nuestro Padre se ocupa de nosotros en todo momento y en todo lugar, para concedernos así aquella seguridad que puede afrontar toda circunstancia que podría infundirnos miedo. Y no es sólo una garantía que nos es dada de fuera, sino que el motivo de esta seguridad es el Padre mismo. Somos su propiedad, y le pertenecemos a tal punto que “quien se mete con nosotros, se mete con Él”. Todo lo que nos amenaza y asusta, el Señor lo cargó sobre sí mismo.

El Padre mismo nos defenderá y “nadie podrá arrebatarnos de su mano” (Jn 10,29). Si nadie se atrevería a arrebatar sus cachorros a una leona que vela celosamente sobre ellos, mucho menos sería posible arrebatar del cuidado del Señor a la “niña de sus ojos”.

Por eso podemos vencer el miedo, sabiéndonos cobijados y seguros en todas las situaciones. Cuando surge en nosotros este miedo, hemos de contrarrestarlo invocando al Señor y recordando tantas palabras sanadoras que Dios nos ofrece en la Sagrada Escritura. El Espíritu Santo nos traerá a la memoria todo aquello que nos sirva para hallar nuestra seguridad en Dios.

Cada victoria sobre el miedo nos hará más seguros de que vivimos bajo la mirada amorosa de nuestro Padre, y nos ayudará a pasar el tiempo de nuestra fugaz vida terrena anclados allí donde nadie puede “robar, matar ni destruir” (Jn 10,10). ¡Dios nos protege como a la niña de sus ojos!