«Te estoy esperando en la eternidad» (Palabra interior).
¿Podríamos escuchar una expresión más hermosa del amor que nuestro Padre nos tiene? Qué maravilloso es para nosotros en el plano humano cuando alguien nos espera simplemente por amor, no porque quiera algo de nosotros, sino porque se complace en tenernos cerca. También es un deleite cuando nos lo manifiesta expresamente.
¡Cuánto nos deleitamos en que nuestro Padre nos lo exprese personalmente! ¡Qué regocijo es escuchar que un Dios amantísimo nos espera junto a los suyos una vez culminada nuestra vida terrenal! ¡Cuánto se nos acerca nuestro Padre, mucho más allá de nuestra estrecha existencia terrenal! Resuenan tantas cosas en esta maravillosa frase: la espera de nuestro Padre por nosotros, que vela sobre nuestra vida y quiere colmarnos con la plenitud de su gracia; nuestro retorno a la patria eterna, donde están todos los que aman a Dios; la tierna aseveración del amor de nuestro Padre, que se dirige personalmente a nosotros en esta frase e inflama nuestro corazón para que nos ganemos la corona de la victoria y la llevemos con nosotros a la eternidad.
La frase de hoy puede acompañarnos cada día de nuestra vida y en todas las situaciones, tanto las que son fáciles de afrontar como aquellas en las que nos sobrevienen las cruces de la vida. Estas tiernas palabras de nuestro Padre estarán siempre ahí y en el aprieto nos darán anchura (cf. Sal 4, 2b). Es una promesa que ata nuestro corazón al Padre Celestial y es capaz de darnos consuelo cuando estemos en peligro de caer en desesperación. «Te espero en la eternidad, hijo mío. No lo olvides y mantén siempre tu mirada fija en mí» –así podría continuar esta consoladora frase.
«Te estoy esperando en la eternidad». ¡Así es nuestro Padre!