“TE ALIMENTARÍA CON FLOR DE HARINA”

 

“¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!: te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre” (Sal 80,14.17).

Esto es lo que nuestro Padre Celestial nos tiene preparado: una vida en abundancia, una vida en su amorosa presencia, supliendo copiosamente las necesidades corporales y espirituales de sus hijos y colmándolos con su amor desbordante e incesante. ¡Éstas son las intenciones de nuestro Padre, que permanecen inmutables! Con los ojos de la fe podemos reconocerlas y regocijarnos día a día en el Padre.

Pero sucede que estas promesas sólo pueden realizarse a plenitud si nosotros, los hombres, nos volvemos receptivos a la gracia de Dios. No obstante, aunque no le obedezcamos e incluso nos cerremos, las intenciones de Dios permanecerán en pie. Nuestro Padre no cambia, pues no puede ni quiere hacer otra cosa que amar y colmarnos de este amor. Somos nosotros quienes no permitimos que Él nos llene en todo momento de éste su tierno amor y adorne con él nuestras almas.

La esperanza de la humanidad radica en el hecho de que nuestro Padre jamás deja de amarnos y está siempre dispuesto a perdonar al hombre, si tan sólo se convierte y acoge su amor. Por más graves que sean los pecados y el alejamiento, no hay absolutamente nada que el Padre no quisiera perdonarnos, si nosotros aceptamos su perdón y le seguimos. Si esto sucede, día a día nos volvemos más receptivos para reconocer y acoger la plenitud de su bondad. Recordemos la inconmensurable generosidad del padre en la parábola del hijo prógido. Apenas éste había vuelto a casa, le prepara un banquete.

Este mismo banquete Dios quiere celebrarlo siempre con nosotros. Si le escuchamos, podremos pregustar ya en esta vida terrenal lo que el Padre nos tiene preparado sin límites en la eternidad… ¡Si tan solo le escuchásemos!