“TE ABRAZARÉ DESDE LA CRUZ”  

«Contempla atentamente con los ojos del espíritu cómo pendo de la cruz, con los brazos extendidos para poder abrazarte todas las veces que acudas a mí» (Dionisio Cartujano).

Allí, en la cruz de su Hijo, el Padre nos reveló la profundidad de su amor. La invitación del Redentor «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28) surge de lo más profundo del corazón del Padre y nos hace entender que «tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).

He aquí el amor colgado en la cruz, que no desea más que ser acogido por ti, por mí y por todos los hombres. El Redentor siempre está dispuesto a abrazarnos y atraernos hacia Él. Nos hace entender que nos ama infinitamente, pues tú, yo y todos los hombres hemos sido puestos en sus manos por el Padre, para que Él nos haga dignos de participar en las Bodas del Cordero.

La cruz permanece en pie, los brazos siguen extendidos y el amor del Salvador no se cansa de llamar a todos los hombres, porque dio su vida por cada uno de ellos. Ninguno está excluido; todos pueden acudir a Él tantas veces como quieran. Si acogen su amor y el perdón que les ofrece en la cruz, alcanzarán la salvación.

Mientras la cruz permanezca erguida, la esperanza sigue viva, porque el Señor no descendió de ella, sino que perseveró hasta haber consumado todo (Jn 19,30). Y todos los que acuden a Él con fe pueden vivir en el favor del Padre Celestial y deben anunciar a los demás dónde está el amor, que les espera para abrazarlos. ¡Pueden y deben acudir a él!