Después de haber tematizado en los dos últimos impulsos diarios la bondad de nuestro Padre Celestial y su deseo de perdonar incluso los pecados repugnantes como el fango, quisiera hoy simplemente “dejar hablar” al Padre mismo, citando dos pasajes del Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio sobre este tema.
Mi intención es dar ánimos a cada persona. Sea cual sea la situación en que nos encontremos, siempre podemos acudir a nuestro amantísimo Padre. ¡Jamás debemos dejarnos llevar por la desesperación! Cada persona, tras haber recibido el perdón del Señor, puede empezar a “atesorar tesoros en el cielo” (Mt 6,20), a recoger oro para el Reino de Dios.
“Escuchad, hijos míos: hagamos una suposición para que estéis seguros de mi amor. Para mí, vuestros pecados son como el hierro y vuestros actos de amor como el oro. Si me entregarais mil kilos de hierro, sería menos para mí que si me donarais diez kilos de oro. Esto significa que, con un poco de amor, se pagan enormes iniquidades.
“Ésta es sólo una imagen deficiente de mi juicio sobre mis hijos, los hombres; que incluye a todos, sin excepción. Entonces, ¡sólo tenéis que venir a mí! ¡Yo estoy tan cerca de vosotros! Sólo tenéis que amarme y honrarme, para que no seáis juzgados; o, a lo sumo, os juzgaría con un amor infinitamente misericordioso” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).