Sólo tenéis que venir a mí

«La Cruz es mi camino para descender hacia los hombres, porque fue por medio de ella que os hice redimir por mi Hijo.»

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Palabras del Padre tomadas del Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:

“Este es solo un pequeño aspecto de mi juicio sobre mis hijos, los hombres; y esto incluye a todos los hombres, sin excepción. ¡Sólo tenéis que venir a mí! ¡Yo estoy tan cerca de vosotros! Entonces, sólo tenéis que amarme y glorificarme, y así no seréis juzgados, o, de ser necesario, lo seréis con amor infinitamente misericordioso.

¡No lo dudéis! Si mi corazón no fuera así, ya habría exterminado el mundo cada vez que se hubiese cometido un pecado. Por el contrario, vosotros sois testigos de que en cada instante se manifiesta mi protección, mediante gracias y bendiciones. De ello podéis concluir que existe un Padre sobre todos los padres, que os ama y que jamás cesará de amaros, siempre y cuando lo queráis.

Vengo en medio de vosotros por dos caminos: la Cruz y la Eucaristía.

La Cruz es mi camino para descender hacia los hombres, porque fue por medio de ella que os hice redimir por mi Hijo. Y para vosotros la Cruz es el camino para ascender hacia mi Hijo, y desde mi Hijo hacia mí. Sin ella nunca podríais llegar, porque el hombre, con el pecado, ha atraído sobre sí mismo el castigo de la separación de Dios.

En la Eucaristía, yo vivo en medio de vosotros como un Padre en su familia. Quise que mi Hijo instituyese la Eucaristía para hacer de cada tabernáculo un depósito de mis gracias, mis riquezas y mi amor; para ofrecérselos a los hombres, mis hijos.

A través de estos dos caminos, hago fluir incesantemente mi potencia y mi infinita misericordia hacia los hombres.”

El pasaje de hoy es una palabra de consuelo, que se presta perfectamente para la situación actual, cuando el Coronavirus se prolifera.

La pandemia no ha de ser vista como una aniquilación de la humanidad. Antes bien, puede convertirse en una profunda purificación y está conectada con la invitación de volverse a Dios y dejar los caminos errados.

¡Hasta este punto nos ha sido facilitado el acceso a Dios! “Sólo tenéis que venir a mí” –decía el Padre en el mensaje– “Yo estoy tan cerca de vosotros”.

Pero, ¿por qué, teniendo un Padre tan amoroso, que nos ha abierto de par en par las puertas para que vayamos a Él, no acuden todas las naciones donde Él? ¿Por qué no lo entendemos?

Precisamente ahora, en tiempos de necesidad para los hombres, muchas iglesias se cierran y a menudo no se celebra ya la Santa Misa para el público. ¡Pero justamente éste sería un momento oportuno para ofrecer consuelo espiritual a las personas! En efecto, este consuelo existe: es el amor incesante del Padre, que se nos manifiesta en Su Hijo.

¿Cuál podría ser la razón por la cual nos resulta tan difícil acoger el mensaje de amor del Padre? ¿Será que no creemos en el amor? ¿O sólo nos interesa la felicidad terrenal? ¿Es que el Diablo nos ha cegado? ¿Se ha formado una capa de hielo alrededor del corazón del hombre, a causa del pecado? ¿O es nuestro orgullo? ¿Nos parece demasiado sencillo el mensaje? ¿O tenemos miedo del amor?

El Señor nos deja en claro que la Cruz es la que abre el camino hacia Dios. ¡He aquí el núcleo del anuncio! ¡Sin la Cruz no hay verdadero acceso al Padre! A la Iglesia le ha sido encomendado proclamar esta verdad a los hombres. ¡Aquí está la puerta de la salvación para todas las personas! Por eso, es evidente que jamás podremos renunciar a esta verdad. La humanidad no será redimida por un proceso de paz generalizado, ni tampoco a través de otra religión; sino sólo por la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.

La puerta del Corazón de Dios está abierta. Es esto lo que el Padre quiere darnos a entender. Esta puerta está siempre abierta, mientras que no seamos nosotros quienes nos apartemos… Lamentablemente existe esta última posibilidad, y le causa dolor al Señor, mientras que nosotros nos auto-excluimos de la salvación.

Hablar hoy sobre la Eucaristía también causa cierto dolor, sabiendo que muchos fieles anhelan al Señor eucarístico, pero de momento no tienen acceso a la Santa Misa. Sin embargo, puesto que no es una omisión con culpa, Dios nos otorgará la misma gracia que si recibiésemos la santa comunión. De hecho, Él puede conceder Su presencia especial también de otra forma, cuando Sus hijos no pueden acudir a Él a través del camino de la Eucaristía. Mañana hablaremos sobre ello…

La Santa Eucaristía es una forma muy íntima en la que Dios se nos comunica. Si ahora los fieles se ven privados de ella –precisamente en el Tiempo de Cuaresma–, no hay que interpretarlo como si el Señor estaría castigándolos y excluyéndolos de los tesoros de Su gracia.

Pero nosotros, los fieles, tenemos parte en todo lo que sucede en la Iglesia. ¿Cuántas veces la comunión será recibida indignamente? La reciben personas que no viven en estado objetivo de gracia o que no tienen la verdadera fe católica. ¡Y no pocas veces son los ministros mismos quienes les invitan a comulgar!

Para todos los hombres y en todo tiempo está vigente la invitación de Dios de venir a Él. Sin embargo, hay que considerar el camino en que ha de acogerse esta invitación, de modo que sea fructífera en el tiempo y la eternidad. Y este camino no es arbitrario ni puede decidirlo cada cual por sí mismo; sino que está trazado en el amor y en la verdad. Por eso hay que respetar los requisitos para acercarse a la Mesa del Señor. El vestido de bodas, que nos fue impuesto en el santo bautismo, ha de ser purificado una y otra vez en la Sangre del Cordero.

¡Que todos los que ahora todavía tienen acceso a los sacramentos recen por aquellos que los ansían pero no pueden recibirlos! Y los que de momento sólo pueden comulgar espiritualmente, pueden ofrecerlo con la intención de que en nuestra Iglesia se le presente al Señor el Santo Sacrificio en toda su dignidad. ¡Toda frivolidad y banalidad ha de desaparecer de la Iglesia! ¡Que el Señor nos conceda salir purificados de los tiempos de prueba, y, sobre todo, que descubramos y correspondamos más profundamente Su amor!