Ap 7,2-4.9-14
Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del Oriente con el sello del Dios vivo. Gritó entonces con voz potente a los cuatro ángeles a quienes había encomendado causar daño a la tierra y al mar: “No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios.” Pude oír entonces el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel. Después miré y pude ver una muchedumbre inmensa, incontable, que procedía de toda nación, razas, pueblos y lenguas. Estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con ropas blancas y llevando palmas en sus manos. Entonces se ponen a gritar con fuerza: “La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.”
Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: “Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.” Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: “¿Quiénes son y de dónde han venido ésos que están vestidos de blanco?” Yo le respondí: “Señor mío, tú lo sabrás.” Me respondió: “Ésos son los que llegan de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero.”
Los santos ángeles sellan a aquellos del Pueblo de Israel que no doblaron sus rodillas ante los Baales y mostraron fidelidad al Señor en todas las persecuciones. En el Libro de los Reyes se menciona la cifra de siete mil en Israel (1Re 19,18)… Cuando el Profeta Elías huía de la reina Jezabel, creía ser el único que había quedado como profeta. Pero el Señor le hace saber que son más los que no abandonaron al Dios verdadero: hay un remanente de siete mil en Israel, que no doblaron sus rodillas ante Baal. ¡Es un “remanente santo”, como también lo hubo en Israel con respecto a Jesús, mientras la gran parte del Pueblo no acogió Su mensaje!
Más adelante, la lectura de hoy nos muestra aquella gran multitud de personas, que, procedentes de todas las naciones, han reconocido a Dios y permanecido fieles a Él. Ellos resistieron en todas las persecuciones y pruebas, y dan gloria a Dios. La Iglesia ha escogido este texto del Apocalipsis para celebrar a la gran multitud de los santos; aquel incontable número de almas fieles que sólo Dios conoce.
Mientras interiorizo este texto bíblico, se me vienen a la memoria los tiempos que pude pasar en Tierra Santa y recuerdo la multitud de personas que día a día venía desde las más diversas naciones, para honrar al Señor y, de alguna forma, entrar en contacto con Él. Era como un reflejo de lo que escuchamos en la lectura de hoy. Muchos peregrinos en Jerusalén se postraban delante del “Trono del Cordero” –que en el Gólgota es la Cruz del Señor– y lo adoraban. Esto era particularmente palpable en las tempranas horas de la mañana dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro, en el sitio tan venerable del Gólgota, allí donde el Señor dio Su vida por la Redención del mundo. En silencio, las personas se ponían en fila ante la Cruz de Jesús. Cada uno se inclinaba debajo del altar, para tocar con sus propias manos la roca del Gólgota y rendir así un gesto de adoración al Señor. ¡Era un cuadro muy conmovedor! Una que otra lágrima se hacía visible y a veces se escuchaban sollozos, pero, al encontrarse allí con el verdadero Rey de los corazones, también se reflejaba un brillo en los ojos y había una cierta comprensión mutua, de donde sea que venían a adorarle. Ya sea pobre o rico; ya tenga una posición importante o sea un simple peregrino: ¡Todos adoran al mismo Señor! Ni siquiera los prelados y jerarcas de la Iglesia sobresalían en medio de las multitudes de peregrinos en Jerusalén. Todas las cosas terrenales pasan a un segundo plano ante Jesús en la Cruz: ¡Es al Señor a quien rendimos la alabanza!
El texto de la Solemnidad de hoy aclara que aquellos que llevan vestiduras blancas son los que han salido de la gran tribulación. ¿A qué tribulación se estará refiriendo, pues la Sagrada Escritura habla en repetidas ocasiones sobre tribulación y aflicción?
En cuanto a los judíos, ciertamente se puede considerar como una gran tribulación su deportación a Babilonia en el año 586 a.C., así como también el asedio de Jerusalén y la destrucción del Templo por parte de los romanos, en el año 70 d.C.
En general, todos los fieles sufren tribulación, tanto por los ataques de fuera como por los de dentro, de los cuales tienen que defenderse.
También conocemos las grandes persecuciones que han sufrido los fieles bajo sistemas políticos de injusticia, como lo fueron el nazismo y el comunismo en diversas naciones, que dieron poder a aquellos dictadores anticristianos que persiguieron cruelmente a judíos y cristianos.
Pero la “gran tribulación” a la que hace referencia el texto de hoy puede abarcar también una gran persecución anticristiana que sobrevendrá a los fieles en los Últimos Tiempos; una tribulación que incluso tendrá que ser acortada por el Señor, por la crueldad de la persecución (Mc 13,20). En este tiempo habrá muchos mártires, aunque el texto no parece referirse únicamente a aquellos que derraman físicamente su sangre; sino a todos los que permanecen fieles en el tiempo de la gran tribulación y son lavados con la sangre del Cordero.
Independientemente del tipo de tribulación que tengamos que afrontar, debemos estar preparados para el combate y aferrarnos a la fe. Para ello, debemos estar conscientes de que la tribulación no solamente procede de las tentaciones que nos acechan, sea de nuestro propio interior o de las seducciones del mundo. De hecho, ya ahora podemos constatar cómo en algunos países la fe cristiana está siendo cada vez más marginada e incluso abiertamente perseguida. ¡Y esta situación puede agudizarse más aún!
La sobriedad y la vigilancia evitarán que cerremos los ojos ante los crecientes peligros o que los minimicemos. Antes bien, hemos de poner nuestra confianza en el Señor y pedirle a Él la fuerza para permanecerle fieles en todas las tribulaciones. Para ello, deberíamos pedir la ayuda concreta de todos los santos, que, en la fuerza de Dios, salieron victoriosos en todas sus pruebas.