Solemnidad de la Natividad del Señor: «¡Alegraos, Cristo ha nacido!”

Durante la Octava de Navidad, quisiera ofrecer cada día una sencilla meditación sobre el acontecimiento de la Natividad del Señor, intercalada con villancicos interpretados por Harpa Dei. Espero que esto nos ayude a sumergirnos más profundamente en el grandioso misterio de esta Fiesta.

¡Alegraos, Cristo ha nacido! –es el grito de júbilo que llena el cielo y la tierra. ¡Regocíjense todos los que han recibido esta Buena Nueva!

Los cantos para la Navidad están llenos de alegría y de ternura, y ayudan a que nuestro corazón se sumerja en la dulzura de la Natividad del Niño Jesús. Si todo nacimiento alegra el corazón, ¡cuánto más el del Hijo de Dios, el Redentor de la humanidad, que viene al mundo en una humilde gruta!

Los ángeles anuncian esta Buena Nueva a los pastores, que hacen vela en los campos de Belén. Y ellos inmediatamente se ponen en camino para hallar al Recién Nacido.

¡Cuánto esplendor emana la gruta de Belén!

María y José pasaron tantas penurias al buscar un albergue donde Ella pudiera dar a luz; pero cuando una madre contempla a su hijo recién nacido, olvida todos los dolores del parto y queda totalmente cautivada y embriagada de gozo por el niño que ahora reposa en sus brazos.

¿Cómo habrá sido este momento para los padres del Niño divino, que, por gracia, estuvieron tan estrechamente involucrados en el misterio de la Encarnación de Dios? El gozo que los inunda se une a la alegría del cielo entero por el recién nacido, el Unigénito de Dios. Ellos lo adoran y se maravillan del amor del Padre, que ahora viene tan cerca y se hace tan palpable que pueden verlo reflejado en los ojos de Aquél que ha entrado en la historia humana de una vez y para siempre, a través del seno de la Virgen.

Quizá en este momento resuenan en el corazón de María y de José aquellas palabras del Profeta Isaías: “Destilad, cielos, rocío de lo alto, derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y germine la salvación, que produzca juntamente la justicia. Yo, el Señor, hago todo esto.” (Is 45,8)

¡Sí, el Señor lo ha cumplido! ¡Las promesas anunciadas desde antiguo se están cumpliendo a la vista de María y de José! Y ellos pueden abrazar en su amor al Señor del cielo y de la tierra, y colmarlo de ternura. En el nacimiento de su Hijo, Dios nos muestra que todas las manifestaciones del amor verdadero proceden de Él, y en este caso el amor de los padres por su hijo trasciende, y es simultáneamente amor a Dios.

En un precioso villancico alemán, le cantamos estas palabras al Niño Jesús: “En su amor quiero sumergirme; mi corazón quiero entregarle, y todo lo que tengo, darle”.

Pero, ¿qué será lo más precioso que podemos regalar al Señor? ¡Es nuestro corazón, que Él quiere tocar para que desaparezca todo aquello que obstaculiza el crecimiento del amor en nosotros! Así, en el encuentro y en la unificación con el Señor, nuestro amor podrá producir abundante fruto, y nos dará la fuerza para permanecer fieles a Él en la fe.

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