Solemnidad de la Epifanía del Señor: «Luz de las naciones»

Is 60, 1-6

¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz, y la gloria de Yahveh sobre ti ha amanecido! Pues mira cómo la oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos, más sobre ti amanece Yahveh y su gloria sobre ti aparece. Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada.


Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos vienen de lejos, y tus hijas son llevadas en brazos. Tú entonces al verlo te pondrás radiante, se estremecerá y se ensanchará tu corazón, porque vendrán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las naciones vendrán a ti.
Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá vienen portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas a Yahveh.

¡Qué maravillosa promesa! Y ya ha empezado a cumplirse, pues en todo lugar donde llega el Evangelio y es aceptado, resplandece la luz y las tinieblas tienen que retroceder.

¡Cuánto puede transformar el Señor la vida de una persona! De un Saulo surge un San Pablo; de acobardados discípulos, grandiosos mensajeros del Evangelio. Personas adineradas quedan tocadas por Su luz hasta el punto de dejarlo todo atrás para seguir al dulce y manso Jesús; los impuros se hacen castos… ¡Todo esto es obra del Señor y es así como Su luz resplandece sobre las naciones!

Por supuesto que conocemos también el otro lado: tantas cosas terribles que han sucedido y siguen sucediendo… Pero la promesa sigue en pie y continúa cumpliéndose.

Este día, en que la Iglesia Católica celebra la Epifanía del Señor, nos recuerda la manifestación del Señor a todas las naciones. También conocemos a esta Fiesta como el “Día de los Reyes Magos”. Estos tres Reyes representan a las naciones de la Tierra, que se dejan tocar por la luz del Señor y vienen a Él.

También nosotros, los que estamos escuchando esta meditación, podemos decir que esta luz ha brillado en nuestra oscuridad, de manera que podemos reconocer a Jesús como el Hijo de Dios. Tal vez ya nos hemos acostumbrado a esta afirmación. Y el riesgo de ese “acostumbrarse” está en que nos olvidamos del gran valor que tiene el regalo de la fe y le quitamos importancia.

Cuando vemos la alegría y el entusiasmo de aquellos que apenas están descubriendo la fe, recordamos que conocer a Jesús no es lo más natural del mundo. Más bien, es una gracia inmensa; es la gran felicidad que todo hombre busca. ¡Cuántas personas hubieran deseado encontrarse con Dios más temprano! ¡Y cuántos siguen buscando hoy Su luz!

Por ello, es tan importante que la luz que nos ha sido dada no se oscurezca; sino que brille cada vez más intensamente. Una forma de evitar caer en esta indiferencia es agradecerle al Señor todos los días por el regalo de la fe, y renovar y profundizar una y otra vez nuestro amor a Él. Además de realizar nuestras prácticas religiosas, podemos preguntarle: “¿Qué te agradaría que hiciera hoy, amado Señor?, ¿qué puedo hacer que te complazca particularmente?”

Con este tipo de preguntas, se activa de modo especial la piedad, uno de los siete dones del Espíritu Santo. Pues este don nos lleva a no sólo evitar aquello que no corresponde a la Voluntad de Dios, sino a buscar cómo agradarle. Si le preguntamos estas cosas, Él nos responderá. Quizá se nos pidan sólo cosas pequeñas: tal vez sea el serio propósito de trabajar en nuestro interior para poder amar mejor; quizá sea una invitación a sacar más tiempo para estar con Él; o realizar esta o aquella obra de misericordia.

¡Queda tanto por hacer para la evangelización de las naciones! ¡Existen tantas personas que siguen esperando encontrarse con Jesús!

Hoy quisiera dedicar algunas palabras a Santa Juana de Arco, que nació precisamente el 6 de enero de 1412 en Domrémy, Francia. Ella es nuestra especial patrona, y su extraordinaria misión atrae una y otra vez nuestra atención. Su historia es bastante conocida: fue llamada por Dios para contribuir decisivamente en la liberación de Francia del yugo de la opresión extranjera… Y ella entregó su vida para cumplir este encargo del Señor.

Puesto que ciertamente los santos en el cielo siguen vinculados a la misión que les fue encomendada en la Tierra, Santa Juana de Arco podrá ser una gran ayuda precisamente para defender la libertad de nuestra fe y también la de los pueblos, contra la invasión de los poderes anticristianos. Se está perfilando cada vez más un escenario en el mundo como si se estuviese preparando el dominio de un Anticristo, que podría ejercerlo a nivel mundial gracias al poder político y a los medios económicos. ¡No podemos dejarnos engañar! En un imperio tal, nuestra fe sería el blanco de crecientes ataques. Quien hoy en día se aferra a los valores y a las convicciones de la Iglesia Católica, fácilmente se ve marginado. Lamentablemente, entretanto esto cuenta aun al interior de la Iglesia.

Si encontramos cada vez menos modelos de fe, no debemos olvidar que la Iglesia terrenal no representa la totalidad de la Iglesia. Tenemos a los ángeles y a los santos, que están a la espera de podernos ayudar. Ellos viven en plena unión con Dios; en ellos se manifiesta intacta la Voluntad de Dios.

Ciertamente Juana de Arco está dispuesta a ayudar a los hombres en estos tiempos oscuros. Al igual que ella, hemos de poner toda nuestra confianza en Dios y aceptar el combate diario que se nos encomienda especialmente en estos tiempos apocalípticos. Los enemigos de Dios y de la Iglesia no son los más fuertes, y no debemos dejarnos intimidar por ellos.

Al igual que siempre, sigue vigente el encargo de anunciar el Evangelio (cf. Mt 28,19-20) y dar testimonio a través de nuestra vida. Para que pueda difundirse la luz del Evangelio, han de ser rechazados los poderes de la oscuridad. La “doncella de Orléans” –como se la llama a Santa Juana de Arco– sólo está esperando que le pidamos que venga a ayudarnos, y ella le pedirá a Dios para nosotros la valentía y fortaleza que necesitamos para este combate. El Cordero triunfará, como nos asegura el Libro del Apocalipsis: “Harán la guerra al Cordero, pero el Cordero, como es Señor de Señores y Rey de Reyes, los vencerá” (Ap 17,14)

¡Ven, Señor Jesús, Maranathá!

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