Jn 18,33-37
En aquel tiempo, Pilato preguntó a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Respondió Jesús: “¿Dices eso por tu cuenta o es que otros te lo han dicho de mí?” Pilato contestó: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” Respondió Jesús: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí.” Entonces Pilato le dijo: “¿Luego tú eres rey?” Respondió Jesús: “Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.”
Como cristianos, reconocemos al Señor como Rey; un Rey conforme a nuestro corazón. Cuanto más vamos conociendo al Señor, tanto más nos llenamos de gozo por el hecho de que Él sea como es. Un Rey sin sombras; un Rey que nos entrega Su Corazón y nosotros el nuestro…
Pilato no sabía bien cómo lidiar con aquella situación. Se daba cuenta de que algo no estaba en orden con la acusación a Jesús, porque se lo habían entregado por envidia (cf. Mt 27,18). Además, probablemente percibía que el Señor irradiaba algo que él no podía explicarse… A esto vinieron a añadirse las advertencias de su mujer, que había soñado sobre Jesús y le rogaba ahora a Pilato que no se metiese con ese justo (cf. Mt 27,19).
Pero Pilato, que inicialmente había tratado de dejarlo en libertad, no siguió estas claras indicaciones, por respetos humanos, por miedo a los judíos y aparentemente también por miedo a perder su poder.
Los respetos humanos y el miedo a perder poder no permiten escuchar la voz de la verdad, que es Jesús mismo, cuyo Reino no es de este mundo. Es un Reino de amor y de verdad, en el cual solamente pueden entrar y permanecer aquellos que se esfuerzan por corresponder a las condiciones de este Reino; aquellos que no permanecen ensimismados en su egoísmo.
Para nosotros es de gran importancia esta declaración del Señor: “Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.” No es que debamos interpretarla como si nos diese el derecho a encontrarnos con las otras personas en una falsa autoconfianza, como si fuéramos “dueños de la verdad” por el hecho de seguir al Señor. Más bien, esta afirmación nos muestra que no se trata únicamente de conocer y reconocer al Señor; sino de permanecer en Él y de que todo nuestro ser sea impregnado por Él.
Esto es lo que distingue el Reinado de Cristo: la conversión de los corazones, que da lugar a que este Reino de amor y de verdad surja entre los hombres, porque Jesús mismo habita y gobierna en sus corazones.
Sabemos que los sacerdotes y reyes de este Reino son aquellos que se esfuerzan sinceramente por llevar una vida de santidad. Así, queda claro que el Reino de Cristo no es de este mundo, porque, siendo así, se lo trataría de conquistar con el poder de las armas. ¡Pero no! ¡El Reino de Dios no se lo conquista así!
El Señor le dice a Pilato que ha nacido para dar testimonio de la verdad. Nosotros, que hemos vuelto a nacer en el bautismo, hemos de entender estas palabras también como una tarea que se nos encomienda. Como “neonatos” o “vueltos a nacer en el Espíritu de Dios”, tenemos la misión de dar testimonio de la verdad; es decir, de este Rey y de su Reino.
Así como Jesús da testimonio del Padre, también nosotros hemos de dar testimonio del amor de la Santísima Trinidad con nuestra vida. Pero no depende de nosotros quién escuche nuestra voz y quién no, porque somos solamente colaboradores de la verdad y no sus dueños. Pero que sea Aquel que es la Verdad misma quien nos asista para testificarlo con palabras y con la vida, y para no decaer en ello, de manera que otras personas –que también sean de la verdad– escuchen Su voz y le sigan.