“El hombre no debe anticiparse a la Providencia que lo guía” (San Vicente de Paúl).
Es una obra de arte espiritual estar “en sintonía” con la divina Providencia o, dicho en otras palabras, seguir el hilo del Espíritu Santo.
Puesto que nos dejamos envolver en exceso por las realidades terrenales o estamos apegados a nuestras propias ideas, ilusiones y todo tipo de cosas, tendemos a no percibir suficientemente los impulsos del Espíritu Santo. En tales circunstancias, es como si le pusiéramos una barrera, de modo que no puede alcanzarnos o tiene gran dificultad para transmitirnos lo que tiene previsto en tal o cual situación.
Pero también puede ocurrir que nos adelantemos al Espíritu Santo, como menciona san Vicente de Paúl en la palabra de hoy. Esto sucede cuando no somos capaces de esperar a que la guía del Espíritu Santo resulte evidente para nosotros y no ejercitamos la debida paciencia para aguardar su luz.
Por una parte, entonces, es una cierta pereza la que nos impide seguir inmediatamente la guía del Espíritu, haciendo más pesado el seguimiento del Señor y llevándonos a desaprovechar las ocasiones que se nos presentan. Por otro lado, la precipitación impaciente hace que el caminar sea demasiado agitado y, además, conlleva el peligro de extraviarnos y poner así trabas al Espíritu Santo que luego Él tendrá que remover.
Ambas tendencias deben evitarse. Es preciso recorrer un intenso camino espiritual para superar tanto nuestra pereza como nuestra tendencia a precipitarnos.
Si pedimos al Espíritu Santo que nos instruya en este sentido, Él no dejará de enseñarnos a seguir su guía conforme al plan de Dios. Entonces aprenderemos a reconocer más rápidamente nuestras omisiones o nuestra precipitación y sabremos corregirlas con su bondadosa ayuda.