“¿No es cierto que me amaríais entrañable y tiernamente como hijos, si conocierais a este Padre?” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Sabemos que, en el Mensaje a la Madre Eugenia, el Padre habla una y otra vez de que debemos conocerlo, honrarlo y amarlo.
En el pasaje que hoy escuchamos, se refiere específicamente al tema de conocerlo.
En efecto, de la profundidad del conocimiento dependerá el nivel del amor, porque, en la medida en que conocemos a nuestro Padre, su amor se derrama en nuestro corazón y lo inflama. Esto nos resulta aún más comprensible si consideramos que el Espíritu Santo, que es el amor entre el Padre y el Hijo, puede así penetrar más profundamente aún en nuestro corazón, iluminándolo y encendiéndolo desde dentro.
Es Él, nuestro Amigo divino, quien clama en nosotros: “Abbá, amado Padre” (cf. Gal 4,6). ¿Quién conoce mejor al Padre que Dios mismo? ¿Quién podría revelarnos más profundamente su amor? Es Él, el Espíritu del amor y de la verdad, quien nos transmite de forma incomparable la presencia amorosa de nuestro Padre. Entonces, no será sólo conocer al Padre al reconocer con gratitud sus maravillosas obras, al percibir su bondadosa Providencia y su cuidado por nosotros, los hombres; sino que el Espíritu Santo nos hará “gustar” desde dentro el amor del Padre.
¿Cómo repercutirá esto en nosotros?
Con toda seguridad, nuestro amor a Dios Padre se volverá mucho más entrañable aún. Y, junto con este crecimiento en el amor, se abrirá una puerta a través de la cual el Señor quiere guiarnos. Él se servirá de este crecimiento en el amor, pues ¡cuánto anhela que todos los hombres experimenten su amor!