«Tengo sed, pero una sed tan ardiente de ser amado por los hombres en el Santísimo Sacramento, que esta sed me consume y no encuentro a nadie que se esfuerce por saciarla para corresponder en algún modo a mi amor» (Santa Margarita María Alacoque).
¿Quién podría resistirse a estas palabras del Señor, del Hijo que reposa en el seno del Padre (cf. Jn 1,18)? Son palabras que brotan de lo más profundo de su Corazón, tan amoroso y a menudo tan herido. Es una invitación para que los hombres respondan con amor a su amor, ese amor que llegó hasta el punto de entregar su vida por nosotros.
Pero no es sólo una invitación, sino una ardiente sed. Es el grito que ya había proferido el Señor en la cruz: «Tengo sed» (Jn 19,28), y se dirige a cada uno de nosotros. El amor de Jesús pide una respuesta. Nuestro Padre Celestial nos llama a través de su Hijo; el Espíritu Santo nos atrae con su amor.
¿Habrá alguien que responda? ¿No están vacías las iglesias y casi nadie busca la presencia del Santísimo Sacramento?
Quizás no escuchamos tu voz, Señor, porque estamos rodeados de tantas otras voces. Tal vez nos resulta difícil imaginar que nos esperas y que incluso tienes ardiente sed de nuestra cercanía. ¿Será que nos hemos vuelto demasiado insensibles para percibir la delicada voz del amor divino? Quizás simplemente seamos demasiado fríos y perezosos. ¡Tú lo sabes, Señor!
Tal vez podamos intentarlo de nuevo. Cuando nuestra alma se detiene ante ti, sentimos consuelo y paz. Al principio, probablemente pensaremos más en nosotros mismos, pues también nuestra alma busca el recogimiento. Pero, con el paso del tiempo, iremos percibiendo cada vez más tu sed y entonces nuestra oración se volverá mucho más valiosa, pues será sencillamente una respuesta a tu amor, que aprenderemos a dar incluso cuando nos sintamos áridos y no nos veamos elevados por la oración. Simplemente permanecemos ahí porque Tú estás ahí; porque Tú eres Tú y te amamos. Así podremos devolverte algo, aunque sea mínimo.
Y entonces, amado Señor, encontrarás al menos a algunos que lo hagan. Ciertamente son pocos, demasiado pocos. ¡Ojalá sean más!