«¡Qué gran beneficio obtienes de Dios cuando eres generoso! Das una moneda y recibes un reino; das pan de trigo y recibes el Pan de la vida; das un bien pasajero y recibes uno eterno». Todo lo que ofreciste te será devuelto al ciento por uno» (Santo Tomás de Villanueva).
Santo Tomás de Villanueva, el santo obispo español cuya fiesta celebramos hoy según el calendario tradicional, puso en práctica sus propias palabras: dio a los pobres lo que necesitaban y él mismo murió pobre.
Este es el gran desafío al que nos llama nuestro Padre: quien da, recibe. Dios quiere hacernos semejantes a lo que Él mismo hizo estando en la Tierra: «Siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de esclavo» (Fil 2,6-7).
Podríamos citar muchos ejemplos que nos invitan una y otra vez a lo mismo: entrégate a Dios sin reservas. No te aferres a ti mismo, comparte con los que Dios pone en tu camino y tendrás un tesoro en los cielos.
Es un misterio del seguimiento de Cristo que el obispo Santo Tomás quiere inculcarnos profundamente. Es como si nos dijera: «Fíjate en cómo es nuestro Padre celestial. Das poco y recibes tanto de vuelta. ¿Lo entiendes?»
¿Qué se necesita para adquirir esta actitud?
Ante todo, confianza, en el sentido de no buscar nuestra seguridad en las cosas materiales ni en nuestras propias ilusiones y planes de vida, sino solo en Dios. Es nuestro Padre quien nos invita a seguir las huellas de generosidad de su Hijo y se complace al percibir en nosotros su mismo Espíritu. Cuanto más cabida demos a esta generosidad, más podrá el Padre colmarnos de bienes y menos barreras pondremos nosotros, que nos impiden tomar conciencia e imitar su generosidad.
En realidad, es muy sencillo. Solo tenemos que seguir las indicaciones del Señor y su Espíritu nos llevará a entregarnos por completo a nuestro Padre. ¡Todo lo demás vendrá por añadidura!