“SANTIFICADO SEA TU NOMBRE”

“Hijos míos, es verdad que me amáis y me honráis cuando decís la primera invocación del Padre Nuestro. Pero continuad con las otras peticiones y veréis: ‘Santificado sea Tu Nombre.’ ¿Mi Nombre es santificado?” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Así como en el Nombre de Jesús está la salvación (cf. Hch 4,12) y los poderes del infierno tiemblan al oírlo, así sucede también cuando invocamos a Dios como nuestro Padre.

En la Iglesia Oriental es común practicar la así llamada “oración del corazón”, invocando una y otra vez el Nombre del Señor Jesús. Algunos maestros espirituales exhortan a sus discípulos a tener siempre en sus labios y en su corazón el Nombre de Jesús; aquel Nombre grande y maravilloso en el que está contenida la salvación. En el ámbito católico, conocemos la letanía del Santísimo Nombre de Jesús.

Quizá este trasfondo nos sirva de puente para entender por qué la Primera Persona de la Santísima Trinidad quiere que nos dirijamos a ella con el Nombre de Padre. En efecto, al llamarlo “Padre”, damos testimonio de cómo es Dios en verdad. No es un Dios distante y ausente; no es un severo gobernante, ni mucho menos un tirano. ¡No!

El Creador del cielo y de la tierra, Aquél que no tiene principio ni fin, Aquél ante quien se inclinan los cielos y los fieles en la tierra, es distinto: Él es un Padre lleno de amor. Al invocar su Nombre y entrar con Él en aquella relación de confianza e intimidad que el Nombre de “Padre” trae consigo, atravesamos la red de mentira y engaño que el Diablo colocó sobre la humanidad para impedir que entrara en esa relación íntima con Dios.

Cada vez que invocamos con fe a nuestro Padre, se reestablece la realidad entre el cielo y la tierra y ayudamos a desintoxicar al mundo de aquel veneno que el enemigo del género humano sembró en nuestro corazón y en el de todos los hombres. La capa de hielo que rodea los corazones de los hombres ha de derretirse cuando escuchen hablar de su amantísimo Padre, a quien tan poco conocen o ignoran por completo.

¡Que el Nombre del Padre sea santificado por nosotros al llamarlo así y al dar testimonio de su paternidad!