En el Mensaje a la Madre Eugenia, el Padre plantea la siguiente pregunta en relación con la primera petición que expresamos cada día en el Padre Nuestro: “¿Mi Nombre es santificado?”
Si profundizamos en esta cuestión, ciertamente constataremos enseguida que su Nombre no es santificado como merece. Para muchas personas, es mucho más difícil reconocer a Dios como amoroso Padre que sentirlo como el Creador o tener una vaga intuición de un ser superior u otras concepciones esotéricas que lo definen como una fuerza y energía que todo lo atraviesa, entre muchas otras ideas imperfectas, erradas y falsas de Dios.
Desde este trasfondo, resulta aún más esclarecedora la pregunta: “¿Mi Nombre es santificado?”
Al reconocer a Dios como nuestro amoroso Padre, sucede lo decisivo. Despertamos a la realidad de ser hijos amados de un Padre infinitamente bondadoso y sabio. Esto lo cambia todo, y santificaremos el Nombre paternal de Dios al invocarlo y confesarlo como “Padre Nuestro”, y al testificar con toda nuestra vida que existe un Padre que ama a todos los hombres.
Si amamos entrañablemente al Hijo de Dios y lo seguimos, querremos también tener parte en el deseo más profundo del Corazón de Jesús: dar a conocer el Nombre de su Padre.
“He manifestado tu nombre a los que me diste del mundo” (Jn 17,6).
“Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Jn 17,11).
“Les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer, para que el amor con que Tú me amaste esté en ellos y yo en ellos”(Jn 17,26).
Jesús nos da a conocer al Padre para que seamos introducidos en el amor de la Santísima Trinidad y encontremos en él nuestro hogar.
El Dios que se identificó a sí mismo como “Yo soy el que soy” (Ex 3,14) es al mismo tiempo nuestro Padre. ¡Que todos los hombres se enteren de ello, para que santifiquen su Nombre!