Santa María Goretti

1Cor 6,13c-15a.17-20

Lectura correspondiente a la memoria de Santa María Goretti

El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Mas el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él. ¡Huid de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo.

¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y que habéis recibido de Dios? Así que no os pertenecéis; ¡habéis sido comprados a buen precio! Usad, pues, vuestro cuerpo para honrar a Dios.

Hoy nos fijamos en Santa María Goretti, mártir de la pureza, a quien se aplican muy bien estas palabras de la Carta a los Corintios.

María Goretti nació y fue bautizada el 16 de octubre de 1890 en Corinaldo (Ancona, Italia), siendo la tercera de siete hermanos. Perdió a su padre cuando tenía apenas 10 años. María se ocupaba de los quehaceres de la casa y cuidaba a sus hermanos menores, para que su mamá pudiese traer el escaso sustento trabajando en el campo. Puesto que María se resistió enérgicamente cuando un joven pretendió violarla, él la hirió con tal brutalidad que al día siguiente (6 de julio de 1902) murió. Cuando le preguntaron si perdonaba a su asesino, ella respondió: “Ciertamente le perdono. Desde el cielo rezaré por su conversión. Por causa de Jesús, quien perdonó al ladrón arrepentido, también yo quiero tenerlo cerca de mí en el Paraíso.”

Alessandro Serenelli, su asesino, fue condenado a 30 años de trabajo forzado. Él cuenta que se arrepintió gracias a un sueño en el cual vio a su víctima, que le regalaba catorce lirios. En Navidad de 1928 fue liberado anticipadamente de la prisión por buena conducta. Alessandro pidió perdón a la mamá de María, y ella se lo concedió. Se dedicó entonces a trabajar como jardinero en el monasterio capuchino de Macerata e ingresó en la Tercera Orden de los franciscanos. Aún vivía cuando María Goretti fue canonizada en 1950.

Dar la vida para preservar la pureza es un acto de amor heroico. María Goretti conocía a su asesino. Él ya la había acosado varias veces, y mientras él la golpeaba y apuñalaba, María le advirtió que iría al infierno.

Este acto heroico de Santa María Goretti es cada vez más difícil de entender en el espíritu de estos tiempos, en los cuales se aprecia cada vez menos el gran bien de la castidad. Los que se guardan de la fornicación y se apartan decididamente de las tentaciones correspondientes son cada vez menos. Nuestra sociedad está ya demasiado inundada de provocaciones sexuales, que prácticamente se toman como normales. En cuanto uno participa en la vida pública, suele verse confrontado a contenidos que se prestan para vulnerar esta esfera particularmente sensible. A esto viene a añadirse el hecho de que no pocas personas son débiles ante este tipo de tentaciones, de manera que se enfrentan a una doble lucha: por una parte, rechazar las provocaciones de afuera y, por otra, refrenar el arrebato de la sensualidad, que fácilmente tiende a dejarse llevar por las provocaciones que se le ofrecen.

No cabe duda de que nos corresponde afrontar esta lucha, si no queremos quedar a merced del espíritu impuro, que lamentablemente muchas veces ni siquiera en nuestra Iglesia se identifica y rechaza con contundencia. ¡Pero esto es indispensable! De lo contrario, nos dejaremos determinar por nuestras inclinaciones sexuales.

Sin embargo, no debemos quedarnos solamente en la actitud defensiva; sino que hemos de procurar descubrir más profundamente la belleza de la castidad.

De hecho, la castidad y la pureza abarcan más que la sola lucha contra la tentación de la impureza. Por eso, la adquisición de estas virtudes se relaciona con la activación de toda nuestra vida espiritual.

Así como en el camino de la santidad debemos esforzarnos por alcanzar las virtudes, y los dones del Espíritu Santo han de desplegarse con la ayuda de los santos sacramentos, también es importante dejarse atraer por la pureza y buscarla. Esto sucede, por ejemplo, al meditar aquellas palabras del salmo que clarifican nuestro pensar: “Es muy pura tu palabra, y tu siervo la ama” (Sal 119,140); o también al contemplar el ejemplo de los santos y, más aún, del Señor mismo, cuyos ojos son muy limpios como para mirar el mal, como dice el profeta Habacuc (cf. Hab 1,13).

Debemos procurar conocer al Señor en su bondad y aprender a ver a las personas con su mirada de amor. Por tanto, no solo se obtiene la pureza y la castidad rechazando el mal; sino acercándonos cada vez más a la fuente de la cual brotan estas virtudes, que es Dios mismo.

En otras palabras: cuanto más nos acerquemos a Dios y hagamos todo cuanto esté en nuestras manos, tanto más crecerá el anhelo de pureza, así como también la fuerza para resistir contra la impureza, aun en sus más sutiles manifestaciones. El Espíritu Santo tiene un papel importante aquí: “Pues la sabiduría es más móvil que cualquier movimiento y, en virtud de su pureza, atraviesa y penetra todo.” (Sab 7,24)

La inhabitación del Espíritu Santo en un alma que se encuentra en estado de gracia y es dócil a Él, penetra todo aquello que no puede resistir ante Dios. Él realiza en nosotros esta obra de transformación, purificando nuestros corazones. Su presencia se despliega cada vez más finamente en nosotros, de modo que crece el anhelo de alcanzar la pureza en todos los sentidos. Puesto que nuestra alma tiene su verdadero hogar en este ámbito sagrado, percibirá con mayor facilidad cuando éste sea vulnerado y se apartará de todo cuanto lo ofenda. Le dolerá cada vez más la impureza en cualquiera de sus manifestaciones, y se sustraerá atenta y naturalmente de toda ocasión que traiga consigo aquella esfera oscura, sea que venga de fuera o de dentro.

Santa María Goretti tuvo una infancia difícil en cuanto a las condiciones externas; pero había recibido de su madre una buena educación religiosa. Así supo preservar el tesoro de la castidad. Cuando ésta fue atacada con violencia, ella la defendió en el espíritu del temor de Dios. Y recordemos que advirtió del infierno al asesino.

Demostró la grandeza de su amor al perdonar a su agresor en el lecho de muerte: “Por causa de Jesús, quien perdonó al ladrón arrepentido, también yo quiero tenerlo cerca de mí en el Paraíso.”

¡Uno no puede más que inclinarse ante la presencia de Dios manifestada en esta jovencita, y sacarse el sombrero ante la magnanimidad de su alma!

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NOTA: Con respecto al tema de la pureza, puede escucharse esta conferencia del Hno. Elías: https://www.youtube.com/watch?v=Hah27gFGKRI