Santa Eduvigis: acrisolada por el sufrimiento y amante de los pobres

Con alegría, me aventuré a realizar esta serie sobre la vida de los santos para meditarla y sacar provecho de su ejemplo. Pero no sabía lo que me esperaba ni las personas maravillosas que encontraría. En ellas, la vida de Cristo se vuelve tan palpable que ni siquiera merece la pena prestar atención a nuestros propios esfuerzos, que son tan insignificantes en comparación con los que ellos asumieron para seguir al Señor. Así, su brillante ejemplo nos da una lección de humildad.

¡Qué santos y santas tan heroicos han hecho y siguen haciendo brillar la luz de Dios en el mundo! ¡Con qué paciencia y perseverancia siguieron al Señor sin dejarse intimidar por las dificultades que encontraron en su camino! En ellos, el Cordero de Dios ha dejado testigos inolvidables impresos en el firmamento de la Iglesia.

Una de estas grandes lumbreras es la santa que se celebra hoy según el calendario tradicional: santa Eduvigis, una princesa alemana de la región de Baviera. A los doce años contrajo matrimonio con el duque Enrique de Silesia, con quien tuvo siete hijos. Seis de ellos, así como su esposo, murieron antes que ella. El mayor dolor que sufrió fue la pérdida de su hijo Enrique, que estaba destinado a suceder a su padre. Murió en una batalla contra los mongoles. Se dice que, cuando pusieron el cuerpo de su primogénito en su regazo, ella pronunció la siguiente oración:

«Te doy gracias, oh Señor, por haberme concedido un hijo como este, que  en vida siempre me amó, me mostró gran respeto y nunca me causó el más mínimo disgusto. Y aunque me gustaría mucho verlo con vida, me alegro de que, al derramar su sangre, ya esté contigo, oh Dios, en el cielo».

Santa Eduvigis, que incluso aprendió polaco por amor a su pueblo, era muy querida por sus súbditos y conocida por su generosidad. Ella misma comía y vivía de forma muy modesta y ascética. No le importaba llevar ropa desgastada. En muchos aspectos, su vida se asemejaba a la de Santa Isabel de Hungría, que, de hecho, era su sobrina.

La «leyenda de Eduvigis» cuenta que siempre estaba rodeada de trece pobres a quienes llevaba consigo a todas partes. Cuando llegaba a un castillo o a una posada, lo primero que hacía era ocuparse de sus pobres y, en más de una ocasión, les ofreció la buena comida que le habían preparado a ella. Por eso, entre los cortesanos corría el refrán: «Más vale comer como mendigo con la señora que en la mesa del señor».

Su servicio a los pobres estaba motivado por su profundo amor a Cristo. Así, la beneficencia y las obras de piedad llenaban su vida cotidiana. La fuente de la que se alimentaba su caridad era la contemplación. Junto con su esposo, fundó un convento en Trebnitz que albergaba a cien monjas y atendía a ochocientas mujeres pobres.

No pocas veces ejercía influencia sobre su esposo. En este sentido, se cuenta un bonito ejemplo:

En una ocasión, durante una campaña militar, el duque Enrique ordenó quemar un pueblo, aparentemente sin motivo justificado. Eduvigis le suplicó entre lágrimas que indemnizara a los damnificados. Cuando este le contestó que bastaría con volver a construir las casas y devolver el ganado robado, ella le respondió: «Sí, mi noble señor, puedes restablecer los bienes perdidos, pero ¿cómo vas a reparar las lágrimas que se han derramado por tu culpa y cómo vas a pagar el amargo sufrimiento que has provocado?».

A pesar de todo, su esposo le permitía llevar una vida que apenas se diferenciaba de la de una estricta orden religiosa. Tras 22 años de matrimonio, Enrique y Eduvigis hicieron un voto de abstinencia.

Faltaría tiempo para contar todo lo que Santa Eduvigis, patrona de los silesios, hizo en favor de las personas. Además de su amor por los pobres, sentía una profunda reverencia hacia los sacerdotes y religiosos, y fomentaba todo tipo de obras eclesiásticas.

Al igual que en el caso de su sobrina, santa Isabel, no fue nada fácil combinar una vida tan austera y centrada en Dios con las exigencias de una corte ducal. Así pues, tuvo que superar muchas resistencias, pero gracias a su perseverancia lo logró.

Tras la muerte de su marido y de su hijo, Eduvigis y todo su convento tuvieron que huir a Krossen. Allí pasó los últimos años de su vida. El 16 de octubre de 1243, a la edad de casi setenta años, falleció y fue enterrada en la iglesia del convento. Rápidamente comenzó su veneración y se produjeron milagros en su tumba, por lo que fue canonizada solo veinticuatro años después por el papa Clemente IV.

La oración en su honor contenida en el Misal romano tradicional refleja claramente la esencia de su vida y nos invita a entregarnos sin reservas al amor de Dios en el tiempo actual:

«Oh Dios, que instruiste a la beata Eduvigis a pasar con todo el corazón de la pompa de este mundo al humilde seguimiento de tu cruz; haz que, por sus méritos y a imitación suya, aprendamos a despreciar los goces efímeros de este mundo y a superar todas nuestras adversidades al abrazar tu cruz.»

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Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/el-tiempo-de-la-paciencia-de-dios-2/

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