Gal 2,19-20
Por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí.
En la meditación de hoy, queremos conocer un poco a Santa Brígida de Suecia, cuya fiesta celebramos hoy. Al hablar sobre ella, también hay que hacer alusión a su hija, Santa Catalina de Suecia, cuya memoria es celebrada el 24 de marzo.
A continuación, siguen algunos datos históricos sobre sobre Santa Brígida.
Brígida (en sueco Birgitta) nació en 1303 en Finstad, cerca de Uppsala, de la noble estirpe de los Folkung. El año de su nacimiento fue el mismo en el que murieron el Papa Bonifacio XIII y Santa Gertrudis de Helfta. En 1316, Brígida se casó con el noble Ulf Gudmarsson. De su feliz matrimonio nacieron ocho hijos, entre ellos Santa Catalina de Suecia. La muerte de su esposo, a quien “amaba como a su propio corazón, marcó el gran giro en su vida.
Con la ayuda del rey sueco, Brígida fundó hacia 1346 el primer monasterio de la Orden Brigidina, también llamada Orden del Santísimo Salvador, puesto que se dice que Cristo mismo le habría comunicado a Santa Brígida la redacción de la Regla y las instrucciones para la construcción de la iglesia. Esta orden, fundada primordialmente para expiar los pecados de su nación y para venerar la Pasión de Cristo, alcanzó gran importancia para la cultura religiosa y literaria del Norte de Europa.
Obedeciendo a una voz interior, Brígida marchó a Roma en 1349. Pasó los últimos 24 años de su vida en Italia, empeñándose en la reforma de la Iglesia y esforzándose (lamentablemente en vano) por hacer volver al Papa de Aviñón a Roma. Desde su juventud, Brígida había recibido experiencias místicas y revelaciones, que dejó por escrito en sueco.
Su hija, Santa Catalina de Suecia, se había sometido al deseo de su padre de que contrajera matrimonio, a pesar de haberle prometido su virginidad al Señor. Pero pudo resolver este conflicto convenciendo a su futuro esposo de vivir un matrimonio josefino; es decir, sin los actos propios de los cónyuges. Le habló con tal convicción, entusiasmo y vigor de la virtud angelical de la castidad que también él hizo –y guardó– un voto de pureza virginal. Así, pues, contrajeron matrimonio, pero desde un inicio convivieron como hermanos, en una vida de profunda piedad, practicando ayunos y otras mortificaciones y compitiendo entre sí en las obras de misericordia. Puesto que su esposo murió prematuramente, Santa Catalina pudo apoyar a su madre en todas sus labores e incluso se convirtió en superiora de uno de sus conventos en Suecia. Para entonces, su santa madre había muerto en sus brazos tras haber peregrinado a Tierra Santa.
Ciertamente las palabras de San Pablo – “es Cristo quien vive en mí”– se aplican también a estas dos santas mujeres: Brígida y su hija Catalina. Pero asimismo en nosotros podrán hacerse realidad, tanto más cuanto más profunda llegue a ser nuestra unión interior con el Señor, de modo que su Espíritu reine en nosotros, modelándonos y perfeccionándonos.
Brígida fue llamada por Dios a una edad temprana para ser su mensajera, pues sus locuciones y visiones eran de gran importancia tanto a nivel político como para contrarrestar la decadencia de la Iglesia en aquella época. Su profunda maternidad se refleja en sus Meditaciones sobre la Pasión, así como en su visión del nacimiento de Cristo con la Virgen María arrodillada ante el Niño, que se hizo significativa para las posteriores representaciones de la Natividad. Por su contenido religioso y sus expresiones ricas en simbología, las revelaciones de Santa Brígida constituyen el monumento literario más importante de la Baja Edad Media en Escandinavia.
Escuchemos algunas frases que Dios comunicó a Brígida. Un día le dijo:
“Yo soy el Creador del Cielo y la tierra. Tengo tres cualidades. Soy el más poderoso, el más sabio y el más virtuoso. Soy tan poderoso que los ángeles me honran en el Cielo, y en el infierno los demonios no se atreven a mirarme. Todos los elementos responden a mis órdenes y llamada. Soy tan sabio que nadie consigue alcanzar mi conocimiento. Mi sabiduría es tal que sé todo lo que ha sido y lo que será. Soy tan racional que ni siquiera la más mínima cosa, ni un gusano ni ningún otro animal, por deforme que parezca, se ha hecho sin causa. También soy tan virtuoso que todo el bien emana de mí como de un manantial abundante, y toda la dulzura viene de mí como de una buena viña.
Sin mí, nadie puede ser poderoso, nadie es sabio, nadie es virtuoso. (…)
En primer lugar, Yo soy el más rico de todos, pues abastezco las necesidades de todos y no tengo menos después de haber dado. Segundo, soy el más generoso, pues estoy preparado para dar a cualquiera que lo pida. Tercero, soy el más sabio, pues conozco las deudas y las necesidades de cada persona. Cuarto, soy caritativo, pues estoy más dispuesto a dar de lo que está cualquiera para pedir.”