La sanación a través de la Palabra de Dios
Ayer habíamos empezado a ver el proceso de sanación que tiene inicio cuando se acoge la fe, abarcando a la persona en su totalidad. Gracias a la fe, que es nuestra respuesta al amor de Dios que tanto nos ha buscado, se activa la vocación trascendente de nuestra vida. Se reestablece una consciente relación con Dios y la vida divina puede comunicársenos.
Al hablar de fe, es importante hacer énfasis en que se trata de la verdadera fe; es decir, aquella que se nos transmite a través de la Sagrada Escritura y el auténtico Magisterio de la Iglesia. Esto no significa que las otras religiones no puedan contener ciertos elementos de la verdad. Sin embargo, al mismo tiempo hay en ellas muchos errores y carencias en lo que refiere al conocimiento de Dios, de manera que las otras religiones no representan en sí mismas caminos de salvación, por lo que tampoco pueden sanar el alma así como sólo es capaz de hacerlo el camino de la auténtica fe en Jesucristo. ¡A este camino Dios llama a todos los hombres!
Por mediación de la Iglesia, Dios nos ha concedido la Sagrada Escritura como un tesoro inestimable. En ella nos encontramos con la Palabra de Dios y, por tanto, con Dios mismo, quien se nos comunica. Cuando hemos acogido la luz de la fe, la Palabra de Dios empieza a hablarnos; y nosotros aprendemos a comprenderla. Así, la Palabra del Señor nos va iluminando e instruyendo, sacándonos de las tinieblas de la ignorancia.
¡La Palabra del Señor es la verdad! El hombre ha sido creado para la verdad, y toda ofensa a la verdad lo hiere en lo más profundo. Vivir en mentira, en error y en ilusión, ofende a la persona en su dignidad. La verdad no es una mera opinión subjetiva de las personas, como lamentablemente hoy muchos piensan. No es que cada cual pueda vivir según “su propia verdad”; sino que Dios mismo es la verdad. Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Es por eso que no puede haber muchas verdades, porque tampoco hay muchos dioses; sino un solo Dios Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es cierto que puede haber diferentes niveles con respecto al conocimiento de la verdad; pero no que existen diversas verdades.
La Palabra de Dios, entonces, sacia esta necesidad interior nuestra de conocer la verdad, y es luz en nuestro sendero (cf. Sal 118,105). Ella es inagotable, y, cuando el auténtico Magisterio de la Iglesia nos ayuda a entenderla mejor, el hambre del alma queda satisfecha. Del mismo modo como el hombre es violado y esclavizado interiormente por el pecado, y la fe lo libera y lo sana; así también queda liberado y sanado por la verdad. La Palabra de Dios penetra en él, y se convierte en el criterio de su pensar y de su obrar. El alma aprende a identificar mejor la voz de su Señor y Pastor, y a diferenciarla de otras voces.
Con la lectura de la Sagrada Escritura y, más aún, con su interiorización, se atesora en nuestra alma un inagotable tesoro de sabiduría. Y el Espíritu Santo, por su parte, será quien nos recuerde siempre las palabras de la Escritura, y nos traiga a la memoria las palabras de Nuestro Señor. Entonces, la Palabra de Dios se convierte en un constante alimento espiritual, que tiene un sabor espiritual único, que ninguna palabra humana, por inteligente que sea, podría poseer. Este alimento nos robustece, ahuyenta más y más las escamas de la ceguera, reincorpora al alma y la hace capaz de testificar también la verdad.
Así como a diario proporcionamos alimento a nuestro cuerpo para conservarlo, así Dios nutre nuestra vida espiritual con su Palabra. A través de ella, Él mismo mora en el alma del hombre. La Iglesia expresa bellamente el valor de la Palabra, al decir que en la Mesa del Señor somos alimentados tanto con el sacramento como con la Palabra de Dios. Y antes de recibir la comunión, los fieles exclamamos: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.
El proceso de sanación de nuestra alma, que empieza al acoger la fe, avanza gracias a la constante escucha e interiorización de la Palabra de Dios. Así, la verdad penetra cada vez más en nosotros y libera al alma de su confusión. El entendimiento, oscurecido a causa del pecado original, es iluminado por la luz de Dios y Sus caminos le resultan cada vez más claros al alma.
De este modo, la Palabra de Dios nos devuelve la dignidad de caminar en la verdad y sana las heridas tan profundas de la ignorancia.