Estando ya en vísperas de la Cuaresma, quisiera tocar un último tema en este “ciclo de espiritualidad”. Se trata de un tema que, si bien no es central, tampoco es insignificante para el camino espiritual. A lo largo de estas semanas, habíamos visto cómo Dios quiere conducirnos paso a paso hacia un seguimiento de Cristo cada vez más intenso. En primera instancia, dependemos de Su gracia, aunque nuestra cooperación consciente tiene también un rol fundamental.
En este tiempo venidero, retomaremos las meditaciones bíblicas, y vamos a recurrir frecuentemente a las de la Cuaresma de 2018 y 2017. También aquí tematizaremos elementos de la vida espiritual. Así como deberíamos escuchar repetidamente la Palabra de Dios, si es posible a diario, y no perdernos de la Santa Misa, asimismo es importante recordar una y otra vez nuestro camino espiritual, y estar atentos a las indicaciones del Espíritu Santo, para hacer nuestra parte y poder crecer en el amor.
Aparte de las consecuencias que el pecado original dejó marcadas en nuestra naturaleza humana, oscureciéndola y adormeciéndola, a veces llevamos cargas adicionales, de las que quizá no estamos conscientes. Son como cadenas que nos retienen, nos atan o nos paralizan, de manera que podría parecernos que, a pesar de todos nuestros esfuerzos, apenas avanzamos y caemos una y otra vez en el mismo error.
Vamos a construir un sencillo ejemplo para comprender mejor lo que hemos dicho:
Una joven -pongámosle el nombre de “Laura”- emprende seriamente el camino de seguimiento de Cristo, y procura dar todos los pasos que sean necesarios… Pero ella tiene una gran debilidad: resulta que es extremadamente golosa. Laura se da cuenta de este problema y quiere trabajar en él, porque repercute no sólo en su alma sino también en su cuerpo. Además, ella nota que en este aspecto no tiene una verdadera libertad. Y es que no cede sólo de vez en cuando a su adicción a las golosinas; sino que a cada rato le sucede. Cuando regresa del colegio, hay una pastelería en su camino, y nunca es capaz de pasar de largo, sin haberse comprado un pedazo de pastel. Y no sólo el alma y el cuerpo sufren bajo esta condición, sino también sus bolsillos. ¡Así que Laura le pide al Señor que le ayude! Al empezar la Cuaresma, ella se pone un nuevo propósito. Decide tomar otro camino hacia su casa, para evitar pasar por la pastelería. Los dos primeros días lo logra, y está muy contenta… Pero, al tercer día, vuelve a caer, y así se le presenta nuevamente su viejo problema con las respectivas consecuencias. Laura se pregunta si acaso es adicta.
Si nos fijamos en su pasado, para ver si allí podríamos encontrar algún indicio a ese problema, que, a pesar de su intensa oración y sus esfuerzos, no logra dominar, descubrimos algo que nos llama la atención… Resulta que Laura no tuvo un ambiente familiar propicio. El matrimonio de sus padres no era feliz, y ellos no tenían tiempo para su hija. Posteriormente se habían separado. Su mamá sufría mucho a causa de la separación, y había descuidado a los niños. Laura sentía una gran carencia de amor, y casi nunca recibía muestras de afecto. Su mamá trataba de consolarla y compensar, de alguna forma, la carencia. Así, cuando volvía del trabajo, siempre le traía golosinas. Esa era la manera de mostrarle afecto a su hija. De esta forma, las golosinas eran para Laura una especie de “sustituto de amor”, y con ellas pretendía llenar el vacío interior que padecía por la falta de amor.
Este sencillo ejemplo nos muestra lo que sucedía en el interior de esta joven, y podemos comprender cuál es la razón por la cual no era capaz de pasar de largo por la pastelería. No era, en primera instancia, una adicción a las golosinas; sino que era un sentimiento que se relacionaba con el dulce, una falsa seguridad, un recuerdo inconsciente a su madre, quien había querido demostrarle su amor de esta forma…
Ahora, lo que Laura necesita es un encuentro más profundo con Dios. No puede simplemente reprimir sus carencias emocionales y llenarlas con sustitutos externos; sino que debe abrírselas a Dios, porque sólo Él podrá sanarlas. De hecho, la falta de amor no puede sanarla ningún amor humano. Al contrario, Laura tendería a caer en dependencias de las personas. Ella debe estar consciente de que tiene una carga emocional, y ha de llevársela a Aquél que dijo: “Venid a mí los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os aliviaré…” (Mt 11,28)
La carencia que tanto hace sufrir a Laura podrá compensarla únicamente un amor que siempre ha estado; un amor que sigue en pie y existirá para siempre. Ella debe saber que le espera un largo camino, y, cada vez que sienta ese vacío interior, ha de abrírselo al Espíritu Santo. Poco a poco irá mejorando. Dios no solamente puede compensar con Su amor las carencias, sino que incluso la hará capaz de ayudar a otras personas que estén en una situación similar.
Los que me escuchan entenderán que, con el ejemplo de Laura, me refiero a todos los que llevan cargas, quizá aun sin estar conscientes de ellas; cargas que les dificultan avanzar en el camino de seguimiento, a pesar de que tienen toda la buena voluntad. No siempre es necesario conocer con exactitud dónde está el origen del problema, aunque el Señor puede hacérnoslo entender, si conviene. Pero, eso sí, podemos pedirle al Espíritu Santo, por intercesión de la Virgen María, que toque todo aquello que se nos ha convertido en una carga, sin que tengamos culpa en ello. Pueden ser incluso cargas familiares que nos toca sobrellevar…
Esta corta meditación no da abasto para tocar todos los aspectos de la sanación de las heridas inconscientes. ¡Sería un tema para un retiro completo! Pero espero que el ejemplo de nuestra “Laura” nos invite a poner ante el Señor también nuestro inconsciente, ahora que empezamos la Cuaresma, pidiéndole que Él sane con Su amor todo lo que requiera ser sanado…