San Pedro de Alcántara: reformador no sin dificultad

Pedro Garavito nació en Alcántara (España) en 1499 y, a los dieciséis años, ingresó en la orden franciscana. Llevó allí una vida de estricta penitencia en lo referente a la alimentación y el sueño, a un grado que hoy en día nos resulta difícil de imaginar. Por eso, en lo que respecta al ascetismo, tendemos más a admirar que a imitar a los santos. Esto es comprensible, pero también puede tener efectos negativos a largo plazo. De hecho, la ascética ha desaparecido casi por completo de la vida de la Iglesia, de modo que, a nivel general, el ayuno prácticamente ya no existe. Corremos el peligro de ya no poder imaginar que, por amor al Señor, también hay que refrenarse en las comodidades corporales.

Bastaría con preguntar a un deportista qué es lo que hace para estar en buena condición. Sin duda, nos respondería que entrena mucho y practica la disciplina debida. Si se nos ocurre pensar que esto solo se aplica al deporte y no a la vida espiritual, recordemos las siguientes palabras de san Pablo:

«Los atletas se abstienen de todo; y total ¡por una corona que se marchita!; nosotros, en cambio, competimos por una inmarcesible. Así pues, (…) castigo mi cuerpo y lo someto a servidumbre, no sea que, después de haber predicado a otros, quede yo descalificado» (1Cor 9,25-27).

La ascética, que no consiste solo en refrenar las apetencias corporales, sino también las espirituales, es una reconquista del dominio sobre uno mismo bajo el señorío de Cristo. De esta manera, dispondremos de una mejor condición para servir al Señor.

Cuando San Pedro de Alcántara fue nombrado superior, introdujo una alimentación más austera. Le entristecía ver que la regla franciscana ya no se observaba estrictamente. Llegó a ser un predicador muy solicitado y el rey de Portugal lo llamó a su corte, donde, gracias a su presencia, varias personalidades de alto rango se convirtieron. Sin embargo, no se sentía cómodo en el cargo de predicador de la corte y regresó a la orden.

Posteriormente, se le encomendó la tarea de presidir varios conventos. Siendo superior provincial, presentó los planes que había elaborado para una reforma, pero fueron rechazados porque los representantes del capítulo general los consideraron demasiado estrictos.

Así que, por el momento, dejó de lado sus planes y no aceptó ningún cargo. Junto con otro monje, se retiró a una ermita donde llevaron una vida muy austera que atrajo a otras personas, de modo que se formó una comunidad a su alrededor.

La reforma de una orden religiosa es una tarea grande e importante, como vimos en la meditación del 15 de octubre en la historia de Santa Teresa de Ávila. En efecto, con el paso del tiempo, puede ocurrir que el fervor inicial de una orden disminuya y se instale un estilo de vida que refleje cada vez menos la idea fundacional. Entonces es una gracia si el Señor suscita a alguien que se esfuerce por revivir y recordar a la comunidad el carisma original.

Aunque a San Pedro de Alcántara le habría bastado con la comunidad que se le había adherido en su estricto ritmo de vida, el Señor evidentemente tenía otros planes. Fue llamado de vuelta a su provincia. Todavía tenía presente la reforma que en otro momento había intentado implementar, así que presentó sus planes al obispo local. Este se mostró abierto, pero el superior provincial los rechazó. Sin embargo, Pedro no se dio por vencido y presentó sus proyectos de reforma directamente al Papa Julio III, quien los aprobó y puso al santo bajo la obediencia del ministro general de otra rama franciscana. Más adelante, el Papa Pablo IV le concedió la potestad para fundar tantos monasterios reformados como quisiera. Así, Pedro de Alcántara tenía vía libre para actuar.

El primer monasterio reformado surgió en Pederosa. Pero esto disgustó sobremanera a sus antiguos hermanos de comunidad, que lo tildaron de desertor, traidor y revoltoso. Hicieron todo lo posible para que la reforma fracasara. Crearon intrigas y confusiones, poniendo todo tipo de obstáculos. Sin embargo, la reforma terminó imponiéndose.

San Pedro tuvo experiencias místicas muy profundas y era muy apreciado por Santa Teresa de Ávila, quien lo conoció cuando ya era anciano. Puesto que él mismo había experimentado cosas similares, podía comprender los fenómenos místicos de la santa desde dentro. Pedro de Alcántara le dirigió una frase importante en relación con las persecuciones: «Una de las cruces más pesadas en la tierra es la enemistad de las personas con buena intención».

La amistad espiritual entre Pedro de Alcántara y Teresa de Ávila perduró aún más allá de la muerte del santo. Santa Teresa contó que, tras su fallecimiento el 18 de octubre de 1562, él se le apareció y se le mostró aún más cercano que en vida. También Jesús mismo se le apareció y le aseguró que ninguna petición que se le dirigiera por intercesión de Pedro de Alcántara sería desoída.

Entre los escritos del santo, cabe mencionar el Tratado de la oración y meditación, que es una ayuda para las personas que desean profundizar en su vida de oración.

Pedro de Alcántara fue beatificado en 1622 y canonizado siete años después. La rama reformada que fundó, los «franciscanos alcantarianos», fue integrada por León XIII en las otras ramas observantes.

Quedémonos con esta frase del santo de hoy:

«La oración es el alimento del amor, el fortalecimiento de la fe, la consolidación de la esperanza y la alegría del corazón. Ayuda a descubrir la verdad, a superar las tentaciones, a controlar el dolor, a renovar los propósitos y a superar la mediocridad. La oración consume el óxido del pecado y enciende el fuego del amor. La oración es capaz de abrir el cielo».

En los «3 minutos para Abbá» de hoy he meditado otra frase del santo: https://es.elijamission.net/category/3-minutos-para-abba/

San Pedro de Alcántara, ¡ruega por una verdadera renovación de las órdenes religiosas y de toda la Iglesia!

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Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/orar-sin-desfallecer-4/

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