“SALÍ DEL PADRE” 

“Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28).

Esta es la realidad de nuestro Señor Jesús, que todo lo abarca. El Señor procede del Padre, cumple su misión en el mundo y vuelve al Padre. Todo se orienta al Padre; todas las palabras que Jesús pronuncia, todas sus obras, todo es un testimonio vivo del amor del Padre por el Hijo y por nosotros, así como también del amor del Hijo por el Padre y por nosotros, los hombres.

Y en este amor encontramos nuestro hogar.

¿Acaso en el santo bautismo no hemos nacido de nuevo del agua y del espíritu (cf. Jn 3,5)? ¿No nos hemos convertido en hombres nuevos (cf. Ef 4,24)? ¿No hemos sido enviados también nosotros, al igual que Jesús, para realizar las obras del Padre (Jn 14,12)? ¿No estamos también llamados a hacerlo todo con la mirada puesta en el Padre y para su mayor gloria? ¿Acaso no nos hemos convertido en verdaderos hermanos de nuestro Salvador; en sus mensajeros y amigos?

Así, pues, como hombres vueltos a nacer en nuestro Señor, también nosotros podemos, en cierto modo, decir: “Salimos del Padre y venimos a este mundo para cumplir nuestra misión; y dejaremos el mundo para volver al Padre.”

De este modo, la misión del Hijo Unigénito de Dios se encarna en nuestras vidas y, a través de nuestra obediencia, produce frutos para el Reino de Dios. Estos frutos serán los que podamos llevarnos a la eternidad. Si, junto con el Apóstol San Pablo, podemos al final de nuestra vida afirmar: “He peleado el noble combate, he alcanzado la meta” (2 Tim 4,7), entonces volveremos con gran confianza a la casa del Padre Celestial y estaremos para siempre con Él en la vida eterna.