SABIDURÍA Y ALEGRÍA

“Escuchar al Espíritu es la mayor sabiduría; vivir en intimidad con Él es fuente de alegría” (Palabra interior).

¿Quién podría guiarnos mejor que el Espíritu Santo? Es Él quien nos concede los dones para nuestra santificación y los despliega en nuestro interior. Es Él quien nos enseña a comprender las cosas a la luz de Dios. Es Él quien nos abre los ojos y los oídos para que podamos ver y escuchar de verdad.

Jesús habla del Espíritu que el Padre nos enviará en su Nombre para recordarnos todo lo que Él dijo e hizo (cf. Jn 14,26).

Por tanto, es propio de la virtud de la prudencia buscarlo a Él. El Apóstol San Juan nos dice en una de sus cartas: “La unción que de él habéis recibido sigue estando en vosotros y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña todo lo que necesitáis saber –y es verdadera y no mentirosa– seguid permaneciendo en él” (1Jn 2,27).

San Juan pronuncia estas palabras en el marco de sus advertencias sobre la venida del Anticristo. En efecto, es precisamente el Espíritu Santo quien advertirá a los fieles de las falsas doctrinas y los instará a permanecer en la recta doctrina confiada a la Iglesia.

Al mismo tiempo que este maravilloso don enviado por el Padre nos da una clara luz en nuestro camino para que lleguemos a salvo a la meta, Él también calienta nuestro corazón para hacernos capaces de amar. La amistad íntima con el Espíritu Santo, el trato diario con Él, se nos convierte en una fuente de alegría que nunca se agota. Es la alegría en Dios mismo, porque el Espíritu Santo nunca se cansa de recordarnos la amorosa realidad de Dios y de clamar en nosotros: “Abbá, amado Padre” (Gal 4,6). Así, nos transmite la imagen correcta de Dios, como ese Padre que nos ama infinitamente. ¡Y esta certeza basta para regocijarnos!