1Jn 2,18-25 (Lectura correspondiente a la memoria de San Hilario de Poitiers)
Hijos míos, ha llegado la última hora. Habéis oído que vendrá un Anticristo; y la verdad es que han aparecido muchos anticristos. Por eso nos damos cuenta que ha llegado la última hora. Salieron de entre nosotros, aunque no eran de los nuestros. Pues si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Así se ha puesto de manifiesto que no todos son de los nuestros.
Vosotros habéis recibido la unción del Santo, y todos vosotros lo sabéis. No os escribí porque desconozcáis la verdad, sino porque ya la conocéis y sabéis que ningún mentiroso procede de la verdad. ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es precisamente el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, no posee al Padre; pero todo el que confiesa al Hijo posee también al Padre. En cuanto a vosotros, deseo que sigáis conservando lo que oísteis desde el principio. Si permanece en vosotros lo que oísteis desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Pues ésta es la promesa que él mismo os hizo: la vida eterna.
La manifestación del Anticristo seguirá siendo una cuestión dolorosa hasta el momento en que el Señor retorne en Su gloria y la luz y las tinieblas sean separadas para siempre.
También en el tiempo presente se percibe el espíritu del Anticristo, aunque aún no lo podamos identificar como un personaje público concreto.
El santo a quien conmemoramos hoy –San Hilario de Poitiers (315-367)– llegó a ser obispo de su ciudad en el año 350. Hilario fue uno de los que defendieron a la Iglesia de la herejía de Arrio. Esta falsa doctrina, conocida como “arrianismo”, negaba la divinidad de Cristo. Durante varias décadas fue una amenaza para la Iglesia y llegó a ser predominante en el Imperio Romano. San Hilario, quien, al igual que San Atanasio, defendió con toda valentía la recta doctrina, consideraba al Emperador Constantino II como un Anticristo. En efecto, este Emperador fue uno de los propagadores del arrianismo. Debido a su oposición, Hilario tuvo que pasar un tiempo en el destierro.
El arrianismo afirmaba que Jesús no es consustancial al Padre, y, en consecuencia, que no es Dios. Por tanto, fue una herejía devastadora, que envenenó a casi toda la Iglesia. Muy pocos obispos estuvieron dispuestos a oponerse públicamente a esta falsa doctrina. San Hilario escribió un tratado sobre la Santísima Trinidad, para constrarrestar estos errores. En la época en que dominó el arrianismo, a menudo eran los simples fieles quienes se aferraban a la doctrina recta; mientras que gran parte de la jerarquía eclesiástica se adhirió a esta falsa doctrina, por diversos motivos.
¿Por qué la doctrina recta es tan importante que hay que estar dispuesto a todo por defenderla? ¿Por qué uno no se puede desviar de ella?
Podremos entenderlo bien si nos fijamos en la herejía grave del arrianismo. Conforme a esta doctrina, Jesucristo no es consustancial al Padre, sino que es la primera y más elevada de sus creaturas. Ahora bien, si Jesús no tiene naturaleza divina –es decir, si Él no es Dios–, tampoco pudo habernos redimido. Toda la obra redentora de Cristo sólo puede entenderse en cuanto que Él, siendo Dios, quitó la culpa del hombre mediante su sacrificio voluntario.
Entonces, desde la perspectiva de la fe, podemos reconocer fácilmente cuán destructora es una herejía tal. Desde este trasfondo también se entiende por qué una y otra vez hubo grandes disputas sobre la auténtica doctrina de la Iglesia.
La recta doctrina es como una obra de arte espiritual, de la que no se puede retirar nada sin que se produzca un gran daño. Es similar a lo que sucede con los Mandamientos de Dios, que no pueden ser modificados sin que ello acarree graves consecuencias.
Al final de la así llamada “crisis arriana”, prevaleció la verdad en la Iglesia. Esto se lo debemos a hombres como San Hilario y San Atanasio, que preservaron el tesoro de la santa doctrina sin permitir que fuese adulterada.
La recta doctrina es luz para el entendimiento. La herejía, en cambio, oscurece nuestra razón. Se interpone entre la luz de Dios y nuestro entendimiento, desviando así nuestro pensar hacia otra dirección. ¡Las consecuencias son graves!
Entonces, si queremos protegernos de las influencias anticristianas, siempre debemos discernir si verdaderamente se está anunciando la auténtica doctrina de la Iglesia. Si aparece un nuevo anticristo –o incluso el “último Anticristo”–, éste poseería ciertos medios de poder para propagar su dominio, junto con la falsa doctrina.
Esto fue lo que sucedió en el caso del Emperador Constantino II. En ese sentido, podemos concordar con la apreciación de San Hilario respecto al papel de este emperador, porque, como nos dice la lectura de hoy, “han aparecido muchos anticristos”.