REPOSO SERENO

“En paz me acuesto y en seguida me duermo,
porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo”
(Sal 4,9).

¡Dichoso aquel que aplica estas palabras del salmo! No temerá “el espanto nocturno” (Sal 90,5), y aunque los sueños inquietantes quieran perturbarlo, no perderá la paz del corazón, porque sabe que el Señor vela sobre él.

Esta es la verdadera seguridad que puede impregnar toda nuestra vida. A nuestro Padre le agrada que, con fe inconmovible, apelemos a sus promesas, porque esta actitud es muestra de nuestra confianza en Él y refleja la realidad espiritual de nuestra existencia. También honramos a nuestro Padre al tomarnos en serio su palabra y al reposar en Él sin preocupaciones.

Dios es y será siempre nuestro refugio, y en Él podemos sentirnos cobijados y seguros. Él es la única seguridad sobre la cual podemos edificar nuestra vida sin reservas. Si recorremos sus caminos, esta realidad se nos volverá natural.

Podemos aprender de la experiencia espiritual de los monjes. Antes de acostarse a dormir, concluyen la jornada con una oración que San Benito Abad introdujo en la vida de la Iglesia: el rezo de las Completas, que incluye el salmo que hoy estamos meditando.

Ciertamente es sabio reflexionar ante nuestro Padre sobre el día que ha transcurrido, y pedirle perdón por aquello en lo cual no correspondimos al amor. De esta manera, nuestra alma se purifica cada vez más y también se vuelve cada vez más sensible a las más sutiles faltas, ya sean de pensamiento, palabra u obra. Así, el amor de Dios puede penetrar más profundamente en el alma, haciéndonos cada vez más atentos al amor y acrecentando nuestra gratitud por su benevolencia.

Entonces, podremos confiar con mayor firmeza y naturalidad en la protección de Dios, y acostarnos en paz. Nuestro último pensamiento antes de dormirnos podría ser éste:

“Tú, Señor, estás conmigo. Por eso puedo reposar tranquilo.”