“Este es el plan que [el Padre] había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, las del cielo y las de la tierra” (Ef 1,10).
Éste es el proyecto de salvación de nuestro Padre: que todos los hombres lleguen a ser uno en Cristo. En su infinito amor, Él nos ha allanado este camino de gracia, y a nosotros sólo nos corresponde recorrerlo. En su Hijo Unigénito, el Padre nos ha dado una cabeza visible tanto para los ángeles como para los hombres, y en esta unidad estamos llamados a vivir.
Cuando los hombres reconocen el amor de nuestro Padre manifestado en Cristo Jesús y vuelven a casa, surge esa unidad entre el cielo y la tierra. En el cielo ya es una realidad imperturbable, pero todos los santos y ángeles anhelan que nosotros, como personas redimidas y hermanos suyos, nos unamos a sus voces en la incesante alabanza de la sabiduría de Dios.
Al alabar la sabiduría de Dios que nos trazó este camino de salvación, nos volvemos vigilantes para no caer de alguna manera en la tentación de creer que pueden existir otros caminos de salvación fuera de Jesucristo, como si Él no fuese el único Salvador de todos los hombres. Si cayésemos en ella, no sólo nos apartaríamos de la verdad, sino que ya no comprenderíamos el amor de nuestro Padre que abarca todas las cosas, ni podríamos unirnos a los ángeles fieles en la adoración de Aquél que es nuestra cabeza común: Jesucristo.
Por tanto, nosotros, los católicos, mostramos y preservamos nuestro amor al Padre y a todos aquellos que están unidos en Cristo cuando nos aferramos al mensaje bíblico y a la auténtica dotrina de la Iglesia, sin caer en falsas ilusiones sobre otros caminos de alcanzar la unidad y fraternidad entre todos los hombres.