“¡Quédate conmigo; Yo te amo! – ¡Quédate conmigo; Yo te guardo! – ¡Quédate conmigo, Yo te guío! ¡Yo soy tu Padre!” (Palabra interior).
Una vez más, se nos invita a permanecer con nuestro Padre. Él quiere tomar las riendas de nuestra vida. Estar bajo su guía significa seguir concretamente sus indicaciones en la vida cotidiana, encontrar el “hilo de oro” y actuar así de acuerdo a su proyecto en la más íntima unión con Él.
Poder experimentar esto es una gracia grande, porque empezaremos a descubrir su sabiduría y cuidado en todas las cosas y a dejarnos formar profundamente por el Espíritu Santo.
Esta guía suele ser muy delicada y sutil, si nos esforzamos constantemente por centrar nuestra atención interior en el Padre y volvemos rápidamente a Él después de las distracciones. De esta manera, permanecemos en Él. Cuanto más finamente cumplamos la Voluntad del Padre en las situaciones concretas, tanto más fácil será para Él comunicársenos sin necesidad de hacer ruido.
Aunque en nuestra vida terrena no podamos alcanzar la unidad plena con el Padre y la docilidad a su Voluntad que tienen los ángeles, al vivir directamente en su presencia, nuestra vida estará cada vez más envuelta por la realidad sobrenatural y se nos volverá más natural el diálogo íntimo con Dios.
¡Esto es lo que Él quiere para nosotros!
A partir de la permanencia en el Padre, surge como fruto del Espíritu un amor íntimo entre Él y nosotros. Este amor toma las riendas, y entonces se cumple la máxima de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”, porque nuestra voluntad ya estará adherida al Señor.
Las reflexiones de los últimos días nos han invitado a permanecer en el Señor. Ésta es la invitación constante del amor de nuestro Padre, que quiere colmarnos consigo mismo, guardarnos y guiarnos, sencillamente porque Él es nuestro Padre.