“QUÉDATE CONMIGO; YO TE AMO”

“¡Quédate conmigo; Yo te amo! – ¡Quédate conmigo; Yo te guardo! – ¡Quédate conmigo, Yo te guío! ¡Yo soy tu Padre!” (Palabra interior).

¡Qué invitación nos dirige nuestro Padre Celestial! Y no se aplica solamente al breve tiempo de nuestra existencia terrena; sino que permanece vigente siempre y nos llevará de gloria en gloria en la eternidad:

“Ahora vemos como en un espejo, borrosamente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, entonces conoceré como soy conocido” (1Cor 13,12).

Es precisamente el amor divino lo que podremos reconocer a plenitud en la eternidad, quedando totalmente impregnados por él.

Pero ya aquí en la Tierra, en medio de la tribulación de estos tiempos oscuros, este amor se convierte en un refrigerio para el alma, que tiene sed de él y lo busca. En su confusión, muchas veces no encuentra al Señor, y entonces se atormenta y pretende llenar su vacío con sustitutos, que nunca la saciarán y la dejarán más vacía aún. En efecto, este amor que el alma anhela fue el que la creó, la redimió y la llevará a la perfección. ¡Qué desdicha si el alma no puede permanecer con su Señor, aunque tal vez ella misma ni siquiera se dé cuenta de lo que le falta!

“¡Quédate conmigo; Yo te amo!”

Para responder a esta invitación, no hacen falta muchas palabras de nuestra parte. El amor de nuestro Padre nos llama con toda familiaridad y nos habla de este modo:

“Quiero que simplemente estés conmigo. Tráeme tu corazón y déjate amar por mí. Entonces sabrás permanecer fiel y beberás siempre de la fuente de mi corazón. Siempre podrás encontrarme, aun en las horas más oscuras, porque mi amor jamás te abandona. ¡Quédate conmigo; Yo te amo! Yo soy tu Padre.”