“Que el mundo entero proclame tu bondad paternal y tu divina misericordia” (de la oración de la Madre Eugenia Ravasio “Dios es mi Padre”).
Detengámonos un momento aquí. ¿Qué sucedería si se cumpliera esta oración? ¿Podríamos siquiera imaginarnos cómo sería si las personas, dondequiera que se encuentren, estuvieran fervorosamente empeñadas en alabar la bondad de Dios; si cada uno contribuyese a dar testimonio de sus maravillosas muestras de amor en su vida y en su entorno cercano; si nos apoyáramos mutuamente para que todos se unan a la alabanza de nuestro Padre Celestial?
Pero, ¿se trata sólo de un hermoso y piadoso sueño?
Sí y no… Sí, porque nos resulta difícil creer que esto sea posible al ver el estado en que se encuentra el mundo actual, que a menudo no quiere saber nada de Dios o incluso llega a veces a burlarse de Él y a ridiculizar a Nuestro Señor, así como lo hicieron los soldados en el Pretorio.
Y no, porque el lugar donde esto se hace realidad efectivamente existe: Es el cielo, donde todos aquellos que están con Dios encuentran su dicha en alabar las glorias de nuestro Padre Celestial. Nunca cesan y todos desbordan del amor de nuestro Padre.
Ahora bien, en el Padrenuestro rezamos cada día: “Venga a nosotros tu reino, hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo”. Entonces, Dios quiere que su alabanza resuene también en la tierra. Y si Él lo quiere, tiene que ser posible.
Ciertamente ha habido y sigue habiendo comunidades, familias, congregaciones, pequeños grupos de oración en los que esto ya se hace realidad. Para ellos es una alegría compartir las proezas de Dios con otros y anunciar su bondad paternal y su divina misericordia.
A nosotros nos corresponde orar y hacer nuestra parte para que muchas, muchas personas despierten a la verdadera vida y alaben a nuestro Padre en los cielos. Entonces la luz se difundiría y las sombras cederían.