«El tiempo para dar pruebas de nuestro amor es breve, y solo tenemos una vida» (San Maximiliano María Kolbe).
Tienes razón, querido Maximiliano Kolbe. El tiempo apremia y, a menudo, somos perezosos y lentos a la hora de hacer el bien. Esto se debe a que aún no amamos lo suficiente a nuestro Padre celestial y no alcanzamos a comprender la increíble oportunidad que tenemos de ser luz en medio de la oscuridad, honrando así a Dios y sirviendo a los hombres. En efecto, cada día es un regalo para dar pruebas de nuestro amor.
Como dijo san Adalberto: «Quien socorre a su prójimo en su sufrimiento, ya sea espiritual o material, ha hecho más que quien ha construido una basílica en cada hito desde Colonia hasta Roma».
Solo hace falta que estemos atentos. Nuestro Padre nos dará incontables oportunidades para demostrarle nuestro amor, y en la eternidad estaremos infinitamente agradecidos por cada una que hayamos sabido aprovechar.
Pero las pruebas de nuestro amor no solo consisten en actos visibles, como expresa san Adalberto en esta otra frase: «Ofrecer constantemente a Dios el arrepentimiento de tu alma le es más grato que si corrieras de un extremo al otro del mundo».
O como le dijo Jesús a santa Gertrudis: «Hija mía, no hay nada con lo que puedas agradarme tanto como si soportas con paciencia las pruebas que te sobrevienen».
Así pues, las oportunidades de demostrar nuestro amor son incontables. En efecto, solo vivimos una vez y cada día es irrepetible. Tras despertarnos, dar gracias al Padre por un nuevo día y sacudirnos el cansancio y la pereza, podemos acudir al Espíritu Santo y pedirle que nos ayude a aprovechar todas las ocasiones que se nos presenten para demostrar nuestro amor a nuestro querido Padre. Sin duda, nuestro Amigo divino no solo nos abrirá los ojos para identificar dichas ocasiones, sino que también nos recordará nuestro propósito cuando estemos en peligro de desaprovecharlas.