Aun si ponemos toda nuestra voluntad para llevar a cabo la purificación activa, no seremos capaces de refrenar y vencer todo aquello que nos impide corresponder plenamente al amor del Señor. Hay actitudes y apegos que están demasiado arraigados, y a menudo ni siquiera estamos conscientes de ellos… Por eso el Señor viene a nuestro auxilio mediante otro proceso, que va más allá de lo que podría llevarnos el esfuerzo en la purificación activa: Se trata de la así llamada “purificación pasiva”.
En nuestro camino de seguimiento de Cristo, cuando lo hemos emprendido con más intensidad, Dios nos trae ciertas circunstancias, o permite que sucedan, para mostrarnos dónde aún debemos trabajar en nuestra santificación; dónde es necesario un cambio o una transformación.
Particularmente difícil nos resulta, por ejemplo, percibir nuestro propio orgullo. Hay un refrán árabe que dice que es más fácil identificar un escarabajo negro sobre una piedra negra en una noche negra, que reconocer el orgullo en nuestro corazón.
¡Pero el Señor quiere que venzamos todo bloqueo interior a Su gracia! Entonces, puede suceder que, inesperadamente, experimentemos humillaciones, que, por una parte, nos muestran con cuánta soberbia reaccionamos aún; y, por otra parte, nos invitan a dar pasos de humildad. Podría sucedernos que aquellas personas que solían apreciarnos e incluso admirarnos, de repente cambian la opinión que tenían de nosotros, sin que haya una razón evidente para ello…
Y es que Dios quiere que no seamos dependientes de las alabanzas de otras personas, y que no midamos nuestro valor de acuerdo al reconocimiento que recibamos; sino que nos baste con ser Sus hijos amados, y que ahí esté nuestra verdadera seguridad. Debemos aprender a amar a Dios antes que todo, y, para ello, habrá que desprenderse del desordenado amor propio y de todo apego desordenado a otras personas.
Incluso puede suceder que, en el camino de seguimiento, nos surjan enemistades que nos resultan totalmente incomprensibles. Cuando éste sea el caso, podemos examinar si realmente somos capaces de amar a los enemigos, así como Jesús nos exhorta en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5,44).
Podremos aprender el amor a los enemigos haciendo un acto con nuestra voluntad: por ejemplo, orando por ellos y no cerrándoles nuestro corazón. Esto no significa que de un momento a otro desaparecerán todos los sentimientos contrarios; pero, con la decisión correcta de la voluntad, quedarán refrenados.
Las purificaciones pasivas también pueden darse a través de enfermedades o circunstancias adversas en nuestra vida.
Sin entrar en detalle, vale mencionar que las purificaciones pasivas suelen también repercutir en nuestra vida de oración. Si antes solíamos practicar una oración más bien activa, ahora buscamos más a menudo al Señor en el silencio, queremos simplemente estar con Él e invocar Su nombre. Es el Espíritu de Dios que nos conduce a esta forma de oración, y es Él quien va asumiendo la iniciativa.
Muchas personas, aun si procuran vivir seriamente su fe, no comprenden el sentido más profundo de las purificaciones y, por eso, las rechazan o rehúyen de ellas. ¡Y es que no tienen en claro que las purificaciones son un proceso del amor de Dios! Temen tener que renunciar a ciertas cosas que les producen alegría, y frecuentemente el Diablo y el entorno refuerzan estos temores…
Pero, en realidad, se trata de algo distinto… El proceso de purificación es llevado a cabo por el Espíritu Santo; es decir, por el amor que ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5,5). Por una parte, este amor nos llena y nos invita a todo aquello que multiplique este amor; por otra parte, nos enseña qué es lo que no armoniza con este amor y nos indica dónde están los obstáculos, a la vez que nos llama a tomar las medidas que corresponden…
Conviene comprender al Espíritu Santo como el mejor maestro que puede existir para el camino espiritual; un verdadero guía interior. Suavemente, pero con tenacidad, Él quiere conducirnos hacia la unificación con la Voluntad del Padre. Si nosotros notaríamos claramente qué es lo que le falta a nuestro hermano o hermana en su camino con Dios, ¿no le daríamos acaso un consejo apropiado? ¿No le animaríamos, además, a dar los pasos correctos?
¡Precisamente esto es lo que hace el Espíritu Santo! ¡Pero hay una enorme diferencia! Nosotros, los seres humanos, únicamente podemos aconsejar y dar un buen ejemplo. El Espíritu Santo, en cambio, se encarga directamente de hacer las purificaciones necesarias en nosotros, y Él quiere iluminarnos y unirnos totalmente con Dios. ¡Es por eso que es tan importante escucharlo y dejarse guiar por Él! ¡El Espíritu Santo es la clave para el crecimiento espiritual!